50 lecciones para 50 años: Parte 16

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¿Qué es para ustedes un día «bueno»? Quizá es simplemente un día en que de verdad hicieron lo que les diera la gana. O es un día en que dejaron esa lista de deberes limpiecita como un sol. Un día en que leyeron ese libro, vieron esa serie o película. La pasaron en familia. O simplemente sus seres queridos se acostaron a dormir buenos y sanos y ya, eso define un buen día. O al revés: se pararon respirando y ya es un buen día.

Me agrada pensar en los días buenos. Siempre que llego del trabajo, aún más dormida que despierta, Yadi me pregunta cómo me fue en el trabajo. Antes le decía si fue un día bueno en lo personal –no mucha plata, pero me trataron bien– o bueno financiero –MUCHA plata– o malo –ausencia de alguna de las dos cosas–. Ahora que no siento el mismo entusiasmo por el trabajo, un día bueno es uno en que puedo terminar mi guardia de buen humor, consciente de que hice un buen trabajo y me traje una compensación adecuada por ese trabajo. Y como sea, sé que el día será bueno una vez caiga en ese lecho y sienta el abrazo del amor antes de dormir.

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50 lecciones para 50 años: Parte 13

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Aún me divierte que veo el número 13, o el 666, y me siento inquieto. Con el primero es pura superstición, por supuesto, a tal punto que ya me parece un número «feo»; con el segundo es una profunda educación, que habla del Apocalipsis (y Iron Maiden ayuda). Habla de cuánto nos influye la cultura con la que crecimos, la que pone el lente tras el cual vemos al mundo. Es poco probable que el 13 tenga una verdadera influencia negativo, así como el 7 tenga una positiva, pero en nuestras cabezas lo tienen y eso no lo hace menos real.

Es por eso que siempre me ha encantado leer sobre otras culturas. ¿Sabían que en algunos sitios, comer con la mano izquierda es considerando mala educación? ¿O que en Japón es costumbre vestirse de blanco en un funeral? Y bueno, el eterno debate de azúcar en las caraotas (no), mayonesa en las hallacas (absolutamente no), brócoli en las pizzas (are you kidding me?!). Eso sí, hay ciertas costumbres en ciertos países que uno no puede compartir ni respetar, pero en general considero que uno necesita leer sobre ellas para entender mejor el mundo en el que vivimos. Uno necesita siempre ser parte de la solución, no del problema.

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50 lecciones para 50 años: Parte 12

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En la entrada de ayer, mencioné por primera vez a mi terapeuta. Es la segunda vez que voy a terapia, y es algo que debí retomar hace mucho tiempo. La primera vez no me sirvió de nada porque no apliqué las cosas que vi allí en el breve tiempo que estuve, no vi las cosas que estaba develando allí; la segunda terminó antes de tiempo por inmigración. Esta tercera voy con todas las ventajas de la tecnología y un apoyo incondicional de mi familia, que siempre es una ventaja enorme.

La terapia mental, el psicoanálisis, la psicología, no son necesariamente para gente con problemas; creo que ese es el estigma que cargan muchos que les impide buscar ayuda profesional. Pero yo lo veo más bien como el tratamiento a una herida, que busca evitar que se infecte y afecte al resto del cuerpo. No olviden que Khal Drogo, el más poderoso de los guerreros, murió por una insignificante cortada (spoiler para Juego de Tronos, sabrán disculpar). Estoy inmensamente agradecido a mi terapeuta y el tiempo que hemos pasado juntos, pues ya siento nuevos cambios y cosas buenas por venir.

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(No sé si será obvio, pero todas las fotos que estoy usando para estas entradas las saco de Unsplash, un sitio web con miles de miles de fotografías de libre uso, que solo pide que le des crédito al fotógrafo cuando las uses. Claro, si abres una cuenta con ellos tienes más ventajas, si las necesitas. Muy útiles y una belleza de catálogo.)

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50 lecciones para 50 años: Parte 8

Photo by Patrick Tomasso on Unsplash

Duerman, chicos. No se dejen engañar por aquello de que «yo toda la vida he tenido problemas para dormir y mira, estoy bien». Eso casi siempre se dice luego de cierto período de irritabilidad, falta de concentración y afines. Dormir por siempre será uno de los grandes placeres de la vida y uno que lamento en el alma no poder aprovechar como solía hacerlo, en que dormía invariablemente mis ocho horas requeridas. Ahora ese es un gusto reservado para los fines de semana, y no son los mismos para ustedes (hoy, de hecho, es mi viernes). Mientras escribo esto, apenas tengo tres horas corridas de sueño, y quién sabe si, ahora que tengo una nueva hija, podré realmente recuperar después. Supongo que volveré a leer mi carta de amor a la siesta para inspiración.

Parte uno. Parte dos. Parte tres. Parte cuatro. Parte cinco. Parte seis. Parte siete.

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50 lecciones para 50 años: Parte 7

Photo by Benjamin Davies on Unsplash

«Good guys end last». Uno de los clichés más crueles que he escuchado. En especial porque muchas veces me lo espetan en la cara. Nada me desespera más que me animen a violar reglas, a buscar atajos, a usar eso que se llama «viveza criolla» y es origen de tantas de nuestras miserias. Negado toda la vida a seguir esos pasos, pero admito que hay momentos que es difícil. Porque uno ve a la gente que piensa así tan relajados, mientras uno sigue la senda de la ansiedad por cumplir. Se da cuenta que el camino más fácil no siempre es el mejor, pero también se da cuenta que la educación que recibió fue de calidad.

¿Soberbio? Espero que no. Quiero reconocer el esfuerzo de mis padres y demás mentores a la hora de moldear mis principios. No me creo mejor que los demás, solo distinto. Y como dije ayer, malo es el que obra mal.

Parte uno. Parte dos. Parte tres. Parte cuatro. Parte cinco. Parte seis.

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50 lecciones para 50 años: Parte 6

Photo by Deon Black on Unsplash

Hay cosas en esta vida para la que uno no está preparado. O al menos uno cree que lo está, hasta que las vives. Ayer llegó a nuestras vidas Leia, una Boston Terrier que es todo lo tierno del mundo. Es el segundo perro que tengo en mi vida, que considerando cuánto amo a los perros es difícil de creer. Que haya llegado en este punto de nuestras vidas es un producto de mucha felicidad y una sensación de enorme responsabilidad, pues no solo tengo otra vida en mis manos (¡y otra hembra!), sino que tengo que educar a Diana sobre Leia. Es un reto al que espero estar a la altura, algo que creo que sólo sabré dentro de muchos años.

Pero como dicen, uno es del tamaño del reto que tiene delante.

Parte uno. Parte dos. Parte tres. Parte cuatro. Parte cinco.

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50 lecciones para 50 años: Parte 5

Photo by Tolga Ulkan on Unsplash

Florida, donde vivo ahora, es una tierra de contradicciones. Ni empecemos por las locuras que cometen sus habitantes menos afortunados, pero también destaco el hecho de que puede estar lloviendo en mi complejo de apartamentos y hacer un sol radiante en el de al lado. Entre noviembre y febrero, puedo estar sometido a temperaturas de 10ºC en la mañana, 22º al mediodía, 15º al atardecer y -2ºC a la noche. Y esta, la época veraniega, donde un ser humano «normal» está pensando en playa y piscina, qué con el promedio de 32º que hace afuera, es también la época de chaparrones brutales que cancelan cualquier plan que implique sol. (Excepto, claro, las masas que van a los parques temáticos. Nooo, señor, aquí se viene a divertirse con o sin lluvia. Vámonos.)

Pienso en eso mientras escribo las lecciones de hoy y pienso en cuánto ha cambiado la imagen de Florida desde que era joven. Antes era el sitio idílico de Estados Unidos, una Latinoamérica más, dada la cercanía al Caribe. Un paraíso para el retiro de los adultos mayores (fans de The Nanny lo deben recordar más). Y bueno, el «lugar más feliz del mundo». Pero ahora fue el escenario que terminó decidiendo la elección entre George Bush y Al Gore. Es el hogar de «Westonzuela» y tantos «enchufados». Es sitio de frecuentes denuncias de explotación. Pero bueno, ahora lo llamo «casa», y he sacado muchas alegrías de aquí. Esto va por ti, Florida.

Primera parte aquí. Segunda aquí. Tercera aquí. Cuarta aquí.

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50 lecciones para 50 años: parte 3

Photo by Alex Wigan on Unsplash

Estaba en el médico hoy. Un electrocardiograma de rutina, nada de qué preocuparse (espero). Casi me quedo dormido en la cama del consultorio. Una de las enfermeras busca la navaja para afeitarme el pecho, y la jefa le dice «What for? No es que sea tan difícil». Em, excuse me? Si voy a perder pelos espero que sea sin que me los arranquen, gracias. Pero nada, igual no hubo afeitadora. Y no dolió tanto. Pero he aquí algo que nunca irá al bucket list: depilarme. Puedo llegar fácil a los cien años sin experimentar eso.

Aprovechen y recuerden la película Virgen A Los Cuarenta, que terminó de hacer a Steve Carrell una estrella, nos dio a Judd Apatow para bien o para mal, y créanme, hay muchos más niveles a esa película de la que ustedes recuerdan. Pero esa escena sigue siendo la mejor de todas.

La primera parte de estas lecciones está aquí, y la segunda parte aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 2

Photo by Patrick Tomasso on Unsplash

Además de ser un ejercicio de reflexión, donde peso las cosas que he vivido para evaluar mi medio siglo de vida, esto me ha servido para volver a desarrollar el hábito de la escritura, la eterna pata de la que cojeo. Pero ahora me puse una fecha límite, el odiado amor del periodista, así que espero después que lo termine me quede el hábito. ¿Otra lección aprendida? Ya veremos.

Antes de que sigan, quisiera ofrecerles este calendario que el autor Austin Kleon deja en su página web para que hagamos retos parecidos. Es tratar de no romper la cadena hasta poder desarrollar el hábito, llámese escribir, hacer ejercicio, no fumar, caminar, etc. La frase de Austin que más me gusta: «Algo pequeño, todos los días, se acumula hasta ser algo grande a medida que pasa el tiempo».

Pueden leer la primera parte aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 1

Photo by Aaron Burden on Unsplash

Creo que la más inevitable de las grandes tareas que se nos asignan, ciertamente la única que nadie sabe si estaba preparado para ella sino hasta el examen final, es envejecer. El autor Karl De Schweinitz dijo una vez que «vivir aún está por ser reconocido como una de las artes», aún cuando millones de millones han tomado cualquier material que tengan a la mano y se han puesto a la tarea de recrearlo, en esa exhibición que llamamos humanidad.

Hoy faltan 25 días para terminar mi quinta década en este arte, y como tantos que no pueden creer haber andado tanto y tan poquito a la vez, hoy miro para atrás para ver las piedritas que recogí, los paisajes que se quedaron en la memoria, las marcas que me quedaron en la piel. Llego feliz con la vida que he vivido, con mis logros, mis fallas, mis victorias y mis arrepentimientos.

De aquí a ese día, quisiera compartir con ustedes algunas de las lecciones que he aprendido en el camino, dos cada día, para quien las quiera tener. Tal vez sean las mismas que cualquiera que haya vivido una vida parecida o quizá pueda aportar algo novedoso (a lo mejor simplemente lo digo distinto). Pero las escribo consciente de que no son necesariamente lecciones que nadie tomará al pie de la letra. Porque al final, cada quien pinta su cuadro, o esculpe su estatua, o escribe su poema, detrás de un lente que es propio y de más nadie. Lo que espero es mostrar cómo me está quedando este experimento a mí.

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