
En la entrada de ayer, mencioné por primera vez a mi terapeuta. Es la segunda vez que voy a terapia, y es algo que debí retomar hace mucho tiempo. La primera vez no me sirvió de nada porque no apliqué las cosas que vi allí en el breve tiempo que estuve, no vi las cosas que estaba develando allí; la segunda terminó antes de tiempo por inmigración. Esta tercera voy con todas las ventajas de la tecnología y un apoyo incondicional de mi familia, que siempre es una ventaja enorme.
La terapia mental, el psicoanálisis, la psicología, no son necesariamente para gente con problemas; creo que ese es el estigma que cargan muchos que les impide buscar ayuda profesional. Pero yo lo veo más bien como el tratamiento a una herida, que busca evitar que se infecte y afecte al resto del cuerpo. No olviden que Khal Drogo, el más poderoso de los guerreros, murió por una insignificante cortada (spoiler para Juego de Tronos, sabrán disculpar). Estoy inmensamente agradecido a mi terapeuta y el tiempo que hemos pasado juntos, pues ya siento nuevos cambios y cosas buenas por venir.
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(No sé si será obvio, pero todas las fotos que estoy usando para estas entradas las saco de Unsplash, un sitio web con miles de miles de fotografías de libre uso, que solo pide que le des crédito al fotógrafo cuando las uses. Claro, si abres una cuenta con ellos tienes más ventajas, si las necesitas. Muy útiles y una belleza de catálogo.)
28.- Las peores decisiones se toman molesto, alegre, o triste.

Seguro recuerdan la vieja historia del conde que llegó un día a su casa de campo para ser recibido por su leal perro de años con sangre en la boca. Al temer lo peor el conde corrió al cuarto de su hijo para hallar su cuna volteada. Preso de la furia y el dolor, el conde mató a su perro de un sablazo. Mientras estaba parado allí con dolor de haber matado a su viejo amigo, oyó el llanto del bebé, detrás de la cuna volteada. Corrió para verlo, y descubrió al bebé sano y salvo –al lado del cadáver de un lobo con la garganta abierta. Es una historia usada frecuentemente para hablar de lo peligroso que es tomar decisiones en momentos de gran emotividad, sean buenas o malas. Piensen en el pobre tarado que decidió casarse con la novia tóxica en pleno sexo (lo siento, ha pasado). Piensen en el que renunció a un trabajo en medio de la frustración sin tener una alternativa segura («Tarzán solo soltó la liana cuando tenía agarrada otra», dice mi papá). Es dificilísimo, pero cuando tenemos una rabia muy grande, una alegría fastuosa, no pensamos en pros y contras, solo pensamos en el momento. No digo que siempre sea malo, pero hay decisiones que necesitan pensarse antes de tomarse.
27.- Aprende a reconocer para qué alguien llegó a tu vida.

Yo me enamoré de la que debió ser «one night only«. Yo descarté a quien debió ser un consejero fiel. Yo hice amistad de quien debió ser un vecino y ya. Y en todos y cada uno de esos casos, salí muy mal parado: divorciado, solo y a punto de ser asaltado. Porque no supe reconocer para qué habían llegado esas personas a mi vida. Porque no se engañen, toda persona que llega a tu vida no se supone que deba quedarse para toda la vida. Cuando uno es soltero, puede que tenga muchas parejas pero una sola novia (al menos yo, pues). No todas las personas con las que trabajas van a ser tus mejores amigos (yo tuve la suerte de ser una excepción, pues gozo de una amistad –en las rocas ahora, claro– de más de veinte años con alguien con quien primero trabajé). Y reconoce el que se acerca a ti con buenas intenciones. Tu misión es saber reconocerlo antes de que estés en el camino equivocado.