24 meses

«The Lonely Writer». Prathap Karuakaran.

Una gran diferencia pero siempre igual. Así llego a los dos años que me fui de Venezuela hasta Orlando. Mientras escribo esto, esperando a que Diana esté lista para llevarla al colegio, afuera está saliendo el sol por primera vez en dos días, cargados de un clima más acorde a Londres que a la Florida. Eso sí, aún sigue el feels like de 10ºC. Tengo tres cosas que hacer que se sienten como veinte antes de ir al trabajo a las 3:45 pm, una de las cuales requiere un esfuerzo físico para las que ya no debería estar pero bueno, «eto e lo ke hai».

Pero ya no hay el miedo y la incertidumbre, aunque casi perenne, no tiene la misma fuerza.

Cambié el Ávila por árboles cercanos. Cambié las guacamayas, cristofués y zamuros por cuervos, paraulatas y arrendajos (y sí, aún hay zamuros). Cambié los rabipelaos atropellados por mapaches atropellados. Cambié un escritorio por un delantal, un quince y último por un gracias por su generosidad. Cambié una madre por una pareja, un hermano por una hija. Y sí, por supuesto que cambié yo.

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Hacia adelante

Image: Photoangel

Hablemos un segundo (zas) del tiempo. Tratemos de imaginar lo realmente insignificante que somos en términos cosmológicos. Si reducimos toda la historia del Universo en un año, como se ha hecho varias veces, el Homo sapiens habría aparecido a las 11:30 de la noche del 31 de diciembre. Y esos son casi dos millones de años de historia. Reducidos a 1.800 segundos. Te pone a pensar, ¿no?

El tiempo es algo que parece lo más constante que hay pero en realidad cambia en cuanto cambia la perspectiva de quien lo ve. Un segundo es una eternidad para el que llegó de segundo en los cien metros planos, una hora no es nada para el que está por despedir a un ser querido. En un minuto puede cambiar todo para la que espera el resultado de una prueba de embarazo. En un día puede que a un empleado promedio no le pase… nada.

A la vez, el tiempo puede ser eterno y efímero. Hay días que parecen durar unos minutos, otros se extienden más allá de sus 24 horas. Y créanme que les digo, pocas cosas te cambian tanto como el momento en el que te decides a ser uno de esos venezolanos que no pudo, no quiso o no aceptó quedarse en un país que lo es cada vez menos.

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