Hacia adelante

Image: Photoangel

Hablemos un segundo (zas) del tiempo. Tratemos de imaginar lo realmente insignificante que somos en términos cosmológicos. Si reducimos toda la historia del Universo en un año, como se ha hecho varias veces, el Homo sapiens habría aparecido a las 11:30 de la noche del 31 de diciembre. Y esos son casi dos millones de años de historia. Reducidos a 1.800 segundos. Te pone a pensar, ¿no?

El tiempo es algo que parece lo más constante que hay pero en realidad cambia en cuanto cambia la perspectiva de quien lo ve. Un segundo es una eternidad para el que llegó de segundo en los cien metros planos, una hora no es nada para el que está por despedir a un ser querido. En un minuto puede cambiar todo para la que espera el resultado de una prueba de embarazo. En un día puede que a un empleado promedio no le pase… nada.

A la vez, el tiempo puede ser eterno y efímero. Hay días que parecen durar unos minutos, otros se extienden más allá de sus 24 horas. Y créanme que les digo, pocas cosas te cambian tanto como el momento en el que te decides a ser uno de esos venezolanos que no pudo, no quiso o no aceptó quedarse en un país que lo es cada vez menos.

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De números y la Odisea venezolana

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Ilustración por Yadira Camacho Gomes. 🙂

Salgo a caminar unas horas antes de sentarme a escribir esta entrada. Leo constantemente sobre los beneficios de poner un pie delante del otro para activar los jugos creativos. Me hace falta. Es demasiado tiempo encerrado, demasiado tiempo sentado y ciertamente demasiado tiempo pegado a una pantalla. (Sí, entiendo que sigo estándolo. Pero ustedes entienden.)

Por un tiempo siento que lo logro, que me abstraigo lo suficiente para oír los cantos de las aves. Siento a los árboles aplaudiéndome con sus ramas, hablándome con las hojas. Me siento brevemente en paz. Y empiezo a regresar.

Y oigo las conversaciones en el kiosco. Sólo hay dos personas y Jairo el kiosquero, pero es suficiente. Cual Hurley en Lost, los números vuelven a mi cabeza. Dominaron mis pensamientos toda la semana. 30, de julio, la fecha que tanto temíamos que llegara. 8MM, los votos que mágicamente reaparecieron. 16, el que más pesa, los asesinados ese día. Y el día que millones más dijeron «No». Y 1958, el año en que el último tarado al que se le ocurrió cometer semejante fraude contra el electorado decidió montarse en su avión y dejar a los venezolanos gobernarse en paz. Pero también 120, los días de protesta. 107, los muertos oficiales. Los asesinados, perdón. Asesinados sólo por querer un país distinto. Uno donde valga soñar. Y 20. El promedio de edad de los asesinados. A mis 20 «El Comandante» estaba a un año de hacer su aparición triunfal. Ninguno de esos chamos llegará a ver la salida de su sucesor.

30. 8MM. 16. 1958. En la locura venezolana, pienso en jugarlos en la lotería. Me acuerdo cómo le funcionó eso a Hurley. Descartado. Regreso a casa. Y escribo. No le escribo a nadie en particular. Sólo para mí. Igual agradezco cuando me leen. Así esté consciente de que muchos de ustedes me van a odiar. Y lo entiendo. Total, ya creo que los hice arrechar una vez. Qué es una raya para un tigre.

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Uno más

Son las 8:45 de la noche y estoy sentado escribiendo esto únicamente con el soundtrack de The Social Network y mi perrito Baloo de compañía. Mi esposa aún no ha llegado del trabajo, vivo lejos de mis padres y hermano a quienes ya vi hoy y la calle frente a mi casa, normalmente un escándalo durante todo el día por vivir cerca de la entrada de la urbanización ya se redujo a un callado rumor, con la excepción del malparido que siempre decide picar caucho a las peores horas.

Que manera tan extraña de pasar un cumpleaños, ¿no?

Sip, hoy hago lo mismo que hicieron en distintos años James Cagney, David Hasselhoff, Donald Sutherland, Andy “Spartacus” Whitfield, Mike Vogel, Quino, el director Wong Kar-wai, Robin “Liu Kang” Shou, Angela Merkel, Geezer Butler (Black Sabbath), Panda Bear (Animal Collective), el primer Sha de Irán y el autor Cory Doctorow, quien nació el mismo día que yo y de paso me felicitó. Nací. Hace 42 años le di una felicidad a mis padres que cambió a lo largo de los años, pero por lo visto se mantiene.

Es el primer cumpleaños que no lo paso rodeado de familia y amigos, y claro que me tiene un poco triste. Claro, en parte es porque es miércoles y es una ladilla desplazarse y qué sé yo, pero esta mañana, que sabía cómo iba a terminar el día, me hacía pensar que también he descuidado a muchas de mis mejores amistades, sin mencionar muchas cosas que han pasado en los últimos años que han hecho que a su vez se alejen de mí.

Claro, también a medida que pasan los años uno está menos propenso a reuniones grandes. Recuerdo que para lo que creo fue mi 22do cumpleaños hubo más de 20 compañeros de DHL en mi casa, de vasos caídos y demás en un parquet recién colocado. Hubo otro que habían 15 personas de todo el espectro de amistades que podía tener. Era genial, en especial para mí que tanto disfruto de la compañía de seres queridos.

Admito que las nubes de la depresión amenazaban con amargarme el día. Hasta que empecé a ver los mensajes que me dejaban.

Tanto por Twitter como por Facebook, he recibido mensajes de gente con las que he tenido sólo breves encuentros pero he tenido largas conversaciones en “la nube”. Gente con la que he trabajado o a la que le he dado clases. Que fueron pasantes cuando yo estaba en El Nacional o Últimas Noticias y ahora son tremendas profesionales. Viejos profesores y no tan viejos. Ex novias, casi novias, novias de amigos. Amigos queridos pero no tan frecuentes que siempre tienen el detalle de felicitarme en estos días. Una antigua compañera de clase cuyo último mensaje en Facebook, antes de hoy, fue mi cumpleaños el año pasado. Dos panas que nunca me han visto en persona pero que me dieron cálidas felicitaciones y divertidas conversaciones por chat. Mensajes de personas que nunca me han visto pero me conocen lo suficiente como para aguarme el guarapo. Simples “feliz cumpleaños” que sabes que simplemente son por el protocolo de Facebook pero que igual se agradecen mucho.

Se podría decir que eso igualmente es triste, ya que podría ser evidencia que he construido más vida online que en “la vida real”. Y sí, lo habría dado todo por haber podido recibir esas felicitaciones en vivo de todas y cada una de esas personas. Pero el hecho que principalmente las conozca online no las hace menos reales, ni sus expresiones de afecto menos sinceras. Llego a mis 42 años no sólo saludable, sino convencido que, a pesar de los errores, de que mi vida no está aún donde quiero que esté, he invertido en las cosas importantes de la vida, como es familia y amigos.

De modo que gracias, Diosito, por darme un año más de vida, gracias por las enseñanzas que me has dejado y por la gente que me has puesto en el camino. Sé que estoy a punto de dar un gran cambio en esta vida que me dio, y gracias también por esa oportunidad.

A todos los que consistentemente hacen que mi cumpleaños sea, por una u otra razón, inolvidable, gracias también.

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(Es de 2011, pero sigue siendo mi foto de cumpleaños favorita. Tomada por Miguel González.)

Escribir por la esperanza

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No sé ni por qué terminé cómo terminé. Lo cierto es que hoy me levanté, me desayuné, terminé de leer 11/22/63 (increíble) y me senté en la computadora. Era un ambiente tranquilo, estaba de buen humor, así que abrí Grooveshark y puse una lista con canciones suaves. Cantaba, escribía, leía, jugaba. Y de repente sonó “We Are The World 25”, la versión más reciente de “We Are The World”, el tema de 1983 hecho para recolectar fondos para la hambruna en África, que se regrabó en 2010 para ayudar luego de la devastación por el terremoto de Haití.

Y empecé a llorar.

Masoquista como soy, cuando terminó la canción, abrí el video en YouTube. Cuando Pink empieza a cantar su parte, estoy hecho un amasijo de lágrimas. Y para rematar el momento surrealista, un pajarito se paró en mi ventana y empezó a cantar. Cuando terminó el video, me eché para atrás y simplemente miré a la pantalla. Tenía mucho tiempo que no me sentía tan vivo, tan lleno de esperanza, tan agradecido a Dios.

Ahora puedo revelar un poquito de lo que ha sido mi vida en los últimos meses. En febrero perdí mi trabajo por circunstancias que no vienen al caso, lo que ha afectado –como es de suponerse—mi estado anímico. Gracias a Dios por un diplomado de escritura narrativa que mi esposa tuvo a muy bien animarme a tomar me salvó del ocio total. Aunque agradecí más tiempo para leer y ver películas (que no hice tanto como podría pensarse), a mi edad es terrible ser improductivo. Estás en la mejor etapa cognitiva de tu vida, ya no eres ningún muchachito, y sobre todo, tienes responsabilidades de hogar.

Finalmente, hoy empiezo un nuevo trabajo (que me reservo por ahora). Estoy volviendo a mis raíces más puras, mezcladas con las cosas más avanzadas que he hecho en mis dos últimas labores. Es un nuevo reto que asumo con todo el gusto y emoción del mundo.

Recuerdo los momentos de dura depresión por los que pasé en estos meses, asustado de tener que volver a empleos que consideraba superados. Pero el video de ayuda a Haití me hizo pensar nuevamente lo fácil que es para los seres humanos hacer de sus particulares hormigueros enormes montañas, de nuestros vasitos de agua grandes océanos sin fondo. La gente de Haití sí sufrió, sí que tiene motivos para deprimirse. Y sin embargo, allá, la vida sigue. ¿Saben cuál es el índice de suicidios allá? Cero por cada 100.000 habitantes, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (cifras de 2003, último año disponible). El nuestro fue de 6,5 por 100.000 (2007). El de EEUU, 22,2 (2005). Cuba, 24,5 (2008). China, 27,8 (1999). Lituania 71,7 (2009). Ni siquiera está en la lista de países con personas que más sufren de depresión (esos serían Francia, donde el 21% de su población indicó haber estado deprimido, y EEUU, con 19,5%, de acuerdo a otro estudio de la OMS). Es uno de los países más pobres del mundo, pero nadie en Haití pareciera hacer otra cosa más que tratar de sacudirse el polvero y tratar de seguir adelante.

Yo respeto muchísimo a mis amigos ateos, pero la fe es algo que me ayudó mucho en estos meses. La confianza en que Dios me estaba poniendo a prueba, que entendiera que, grave como era por lo que estaba pasando, había gente en el mundo que realmente estaba sufriendo. No sólo eso, sino saber que Él me ayudaría. También, la determinación a no dejarme amilanar por las circunstancias. Simplemente sigue buscando, Juan, algo llegará… y algo llegó. Gracias Diosito, gracias a los que me consiguieron este empleo, y gracias a todos los que me apoyaron y me siguen apoyando en este camino a la sanación completa.

Ahora, ¡a trabajar!

Los Tres Momentos (y uno de ñapa)

Por diversas circunstancias, hoy recordé una conversación que tuve con un taxista camino a un rumbo que no quiero acordarme.

Era un chamo de 37 años (sí, a esa edad uno aún es chamo, y a los 40 también), y era por estas fechas, porque recuerdo que empezamos a hablar de hijos y paternidad. Empezamos riéndonos porque su hija le había regalado una cartera semanas antes, y el pobre iluso pensó que le iba a salir doble regalo. Cuando la niña –“una tarajalla de diez años, tan alta como yo, salió a mi esposa, que también es una caballota”—no le entrega nada el propio Día del Padre, ella se defiende diciendo que “mamá no me dio plata”.

Al saber que tiene diez años, le confieso que yo a la vez quisiera tener una hija –UNA—y a la vez hay pocas cosas que me aterren tanto. Yo siempre me he caracterizado por ser muy protector: de mis amigas, de mis novias, de mi esposa, carajo, hasta de extrañas en la calle cuando algún animal le dice algo al pasarle al lado. Entonces tener una hija implica un nivel más alto de protección, porque mientras que con amigas uno lo hace por caballerosidad, con las novias por caballerosidad y la esperanza de sexo por agradecimiento, y con las esposas por caballerosidad, sexo por agradecimiento, deber y bueno, porque no nos queda otra, con una hija es deber y amor puro y sencillo. Le comento a mi taxista que por eso temo la llegada de Los Tres Momentos, esos instantes de la vida del padre de una hembra que te das cuenta que tu linda bebita, que hace nada usaba colitas a los lados de la cabecita y usaba faldita está por convertirse en mujer. Saben cuáles son, si son de esos padres; vienen acompañados de estas tres frases:

  • “¿Papi, cómo me queda esta falda/traje baño?” (Seguido por una pose en una prenda que (en el caso A) deja algo a la imaginación, pero no mucho, y (en el caso B) tiene menos algodón que una botella de aspirina.)
  • “Papi, ya vengo, que voy a salir un rato”. (Usando la anteriormente mencionada prenda A.)
  • “Papi, te presento a mi novio”. (Que probablemente conoció usando la prenda B.)

El chofer se ríe, pero esa risa que uno sabe que cualquiera de esos momentos puede llegar en los próximos cinco años –quizá menos. “Al ser tan alta”, me cuenta, “se la pasa con las amigas de sus primas mayores, las que tienen quince años o más. Entonces me preocupa que me la vayan a sonsacar. Sus compañeros ya me dicen suegro, a veces. Ella llega y se mete con ellos, y me dice, ‘mira papá, este te está diciendo suegro’, y yo me meto con ellos. Pero igual…”

Su tono cambió ligeramente mientras me echa el siguiente cuento. “Píllate esto: el otro día ando echándome una partida de dominó por allá en [nombre de pueblo en Miranda que no recuerdo] con los panas. Dos de la mañana. Y de repente alguien me abraza por detrás y me dice ‘¡Tiiiiioooo!’ Volteo, y es la sobrina mía, con unos amigos. Yo me le quedo mirando, veo el reloj, y le digo, ‘Muchacha, ‘¿y qué haces tú, con 17 años, por ahí a las dos de la mañana?’ Se molestó, y al día siguiente se lo cuenta a la mamá, mi hermana. No te pierdas esta vaina: al día siguiente la mamá me llama y me dice: ‘Mira, ¿qué haces tú rayando a mi hija por ahí? Yo le di permiso que saliera, tú no eres su papá para que le estés preguntando que qué hace ella afuera a esta hora”.

Tomó aliento, y siguió contando. Yo a la vez no podía creer lo que escuchaba ni tampoco me extrañaba; me acordé mucho de esta caricatura. “Ahí le monté la cruz. Le dije, ‘mira, si esa carajita sale preñá, o muerta, o anda de puta tirando por ahí, y encima la dejas, ese no es peo mío. Yo lo que hice fue preguntarle que qué hacía por ahí a esa hora, más nada. Lo único que te voy a agradecer es que no se acerque a mi hija’. Y más nunca, ya ni va a las reuniones, ‘porque lo único que hacen es criticar a mi hija’. La carajita tiene su cuerpecito y tal, pero ya anda con un novio ahí medio malandrito. Hasta amenazó al papá, un día que le reclamó que anduviera con semejante malandro; le dijo ‘oye papá, pero cómo se te ocurre, ¿qué haces si se entera que le estás diciendo así, y viene a reclamarte?’ Mira, hermano, esa es la raya de la familia, en serio”.

El resto del camino anduvimos en silencio, yo con una mezcla de orgullo y pena que el hombre se haya expresado tan abiertamente con un taxista –otro momento en que me di cuenta que no erré mi vocación—, él sin duda preocupado porque su hija terminara así. En un país donde tener 17 años en ciertas zonas del país es ya acercarte al final de tu vida, justo cuando empieza, y donde las mujeres se activan sexualmente cada vez más temprano (¿quién le decía a ese pobre hombre que su hija no había empezado ya? Ciertamente yo no), era imposible para él no preocuparse. Antes de dejarme en mi destino, compartió su perla de sabiduría paternal: “Yo le digo, ‘dedícate a tus estudios y a ser buena persona. El novio vendrá cuando tengas tiempo para buscar novio y tengas la conciencia de lo que es un novio’. Y bueno, espero que me salga buena, pues”.

Lo que hizo acordarme de esa conversa –de hecho me impresiona que la haya recordado tan bien—fue algo totalmente distinto. Estaba sentado en un café, cuando empiezo a escuchar la pareja detrás de mí en acalorada discusión. Yo me esforzaba por poder estar con Stephen King y mi café, pero era tan airada la diatriba que aún los consejos de escritura del maestro de lo macabro se quedaban cortos. Esa discusión la recuerdo menos que la de mi amigo el taxista, pero sí recuerdo las frases “Bueno, tú me tienes arrechera por lo que pasó, pues yo te tengo más arrechera a ti por lo que hiciste”, o “¿Ah entonces me estás diciendo que no tenemos vuelta atrás, Pía? ¿Es eso lo que me dices? ¿Que ya la cagamos?”, además de las palabras “abogado”, “separación” y “ajuste de cuentas”. Y esta no era una pareja de noviecitos; eran personas en sus cuarenta largos, quizá hasta cincuenta, en el caso de él. Luego de varios minutos sólo escuché la silla de él moverse y él mismo irse furioso, lo que me dio cierto nivel de alivio pues estaba casi seguro que iban a llegar a las manos.

Vi en ese momento un matrimonio derrumbarse de manera muy pública, a la vez que recordaba un hombre tratando de asegurar al producto de otro que parecía haber prosperado. Los dos eventos me hicieron darme cuenta, una vez más, de lo frágiles que son las relaciones humanas, del gran amor que pueden tenerse en un momento que puede derrumbarse años, meses o hasta días después (en ese caso, nunca fue amor). Y así añadí otro Momento a los tres originales, uno que sí  espero nunca llegue a escuchar:

“Papi, ¿mamá y tú se van a separar?”

Pensamiento vs. fe

Los más curiosos de mis colegas seguramente han oído hablar de This American Life, un programa de radio estadounidense que este año cumplirá 17 años ininterrumpidos al aire. Es un tipo de programa con el que yo sueño algún día encuentre un espacio en la radio criolla: reportajes profundos y entretenidos, con los más diversos estilos para presentar sus historias que todas giran en torno a un mismo tema. Algunas de sus historias hasta han sido usadas como base para películas, como The Informant!, dirigida por Steven Sodebergh y protagonizada por Matt Damon.

 

Esta mañana, venía escuchando un segmento de TAL llamado “Mr. Daisey and the Apple Factory”, contando la historia de un escritor llamado Mike Daisey, obsesionado con Apple, que un día encuentra fotos tomadas desde un iPhone nuevo en la planta de Chenzhen, China, donde son fabricados. Intrigado, las fotos lo hacen pensar “¿Quién hace las vainas que compro? E hizo algo que a ningún periodista se le había ocurrido hacer: tomó un avión para Chenzhen, en la provincia de Cantón, al noreste de China, contrató a una traductora y se paró frente a la fábrica de Foxconn, el mayor fabricante de productos Apple del país y quizás del mundo, y decidió que hablaría con quiera que quisiera hablar con él.

 

Antes de ir, cuenta Daisey, las fotos “lo pusieron a pensar. Que nunca es bueno para ninguna religión”. Y tenía razón. Los invito a escuchar el programa si quieren, o lean la transcripción (aquí lo traduje con Google Translate), pero lo que encontró le destrozó su visión. Conoció a varias mujeres –más bien niñas— de entre 12 y 14 años trabajaban en la fábrica (¿se acuerdan de la “iPhone girl”?)(*); entrevistó gente que trabajaba turnos de hasta 15 horas; conoció personas que habían perdido el uso de al menos una de sus manos por un limpiador industrial de pantallas que también es una neurotoxina degenerativa. Y claro que supo de las suicidios de obreros que se lanzaban de los altos techos de la fábrica… a la que Foxconn respondió poniendo redes de seguridad a su alrededor. En un momento, Daisey–quien cuenta su historia en un monólogo llamado “La Agonía y Éxtasis de Steve Jobs”— se hace la pregunta clave: “¿De verdad creen que Apple no lo sabe? ¿Una compañía que se preocupa, en especial, de los detalles?”

 

La frase que resalto arriba se quedó conmigo, aunque Daisey la dijo en tono humorístico. Uno de los elementos esenciales de toda religión, y los más difíciles, es la fe. Qué importa que tú no veas a Dios; tú sabes que Él existe. Tú sabes que tus acciones en el mundo te llevarán a una recompensa de vida eterna y lejos del sufrimiento, o a una eternidad de castigo. Basas tus acciones, tus creencias, hasta tu comportamiento en algo que tú no puedes explicar; simplemente lo sabes y ya. Con razón Christopher Hitchens tenía tantos admiradores: aceptar que hay un gran ser que vela por todos nosotros, sabe lo que estamos haciendo a cada rato y que nos exige nos comportemos de cual o tal manera, y esperar que cualquier actitud en vida nos dará una recompensa en una vida posterior es lo más irracional que pueda haber.

 

A medida que he crecido, mi fe nunca se ha debilitado; me sigo considerando tan católico como cuando me bautizaron, cuando me confirmaron, cuando me casé. Lo que sí ha hecho es madurar conmigo. Es como aquella historia: cuando eres un niño, tu padre es el hombre más inteligente del mundo; cuando eres adolescente no sabe nada; cuando eres adulto es muy inteligente, pero los hay más; cuando creces y ya no está quisieras que estuviera allí para pedir consejo. Cuando era niño yo aceptaba todo lo que decía la religión a pies juntillas; ahora encuentro muchas cosas que le critico. ¿Oponerse al matrimonio homosexual? De hecho, ¿a la homosexualidad como tal? ¿Como por qué? ¿Que los curas no deben tener familias? No tengo opinión tan fuerte en contra, pero sigo sin entenderla. También he manifestado críticas sobre el control familiar (no el aborto, ojo), el divorcio y hasta su posición respecto a Halloween.

 

Aún no he tenido “ese” momento que tuvo Daisey, y creo que, a pesar de cómo mucho gente cree que el amor a Apple es comparable al fervor religioso de un culto, es muy difícil comparar una profunda fe católica o cristiana o budista o musulmana con el amor a la tecnología, que es quizá lo más banal que pueda existir. Pero sí veo que hay cada vez más pruebas para esa fe en tu vida. Ves las injusticias y grandes desastres que pareciera que Dios permite, tanto en el mundo como en tu mundo. Ves cómo mucha gente trata de manipular a otros usando la palabra de Dios como un coco que los comerá si no se portan bien. Lo peor, ves gente como la Iglesia Bautista de Westborough y Al Qaeda, por nombrar dos extremos, hace acciones absolutamente despreciables en nombre de Dios. Entiendes que Dios nos dio el libre albedrío como un gran regalo, pero qué fácil es cuestionar lo que la gente hace con ese regalo. Es como que recibas un rifle de agua y decides llenarla con ácido sulfúrico.

 

Pero uno sigue con su fe. Fue algo que te enseñaron tus padres, o te lo “heredaron” al llevarte a misa los domingos, bajo protesta a veces. Pero te das cuenta que es como una manta que la sientes cómoda, aún si no la tienes encima. Como siempre, me acuerdo de una película, una llamada The Body, con Antonio Banderas, que trataba de un cura que era enviado a un sitio de excavación arqueológica en Israel para investigar la veracidad de que se ha encontrado un esqueleto que tiene muchas características en común con Jesucristo. Les aconsejo que la vean, pues trata de el mismo tema que El Código Da Vinci pero (hablando de su versión cinematográfica al menos) menos aburrida.

 

Sin embargo, el libro de Dan Brown tiene algo que lo embarca todo: su protagonista, Robert Langdon, dice en un momento: “Revelar esta información le quitaría a millones de personas en todo el mundo la fuerza de seguir adelante”. ¿Nos hace eso débiles, faltos de voluntad? ¿Que nos calamos la mierda que el mundo nos lanza día a día sólo porque pensamos que vamos a tener nuestra recompensa luego que muramos, cuando nadie lo puede disfrutar? ¿Qué haremos si luego resulta que morimos y no hay nada?

 

Mis respuestas a eso: quisiera pensar que no, que nos calamos esa mierda porque la vida se hizo para vivirla, con lo bueno y lo malo. Y si no hay nada después, bueno, estamos muertos, así que, o no nos daremos cuenta, o sencillamente estaremos muy tristes y ya. Pero, como dijo aquella historia, le pregunto a los ateos, y me encantaría saber la respuesta de alguien tan brillante como Hitchens: ¿qué vas a sentir cuando te mueras, si resulta que sí hay un Dios?

 

Aunque gracias a Dios por chistes como este, que pone las cosas en perspectiva:

 

Una mujer que llevaba una vida sumamente promiscua muere en un accidente, lo que hace a su hermana, que era una monja, muy temerosa por su alma inmortal. Cuando la monja muere y entra al Cielo, se encuentra a su hermana de lo más oronda.

-¡Niña!-, dice asombrada la monja. –¡¿Y qué haces tú aquí?!

–¡Mijita muérete!—, contesta la zángana– ¡No era pecado!

(*) Tengan mucho cuidado si buscan “iPhone girl” en Google en la oficina.

¿Llevaría su hijo pequeño a un concierto de rock? Porque yo sí.

halford El domingo de la semana pasada, Judas Priest y Whitesnake, dos de las bandas que más he seguido toda la vida, tocaron en Venezuela por primera y (en el caso de Judas) última vez, un evento al que tuve el gusto de asistir como corresponsal del periódico en el que trabajo. (Sí, fui gratis –suck it. 🙂 Fue, sin lugar a dudas, una de las mejores experiencias que he tenido en toda la vida.

El hecho de que estés yendo a un concierto donde hay una banda que lleva 34 años de existencia y otra que lleva 42 (y no olvidemos que los teloneros, los criollos de Resistencia, empezaron en 1977 también) implica que el público va a ir desde casi abuelos con sus pelos largos y blancos hasta sus nietos y sobrinos que han escuchado eso. De particular fue destacar que mi compañera fue con su hija de nueve años, una de las chamas más pilas que he conocido en mi vida (“No mami, a mí no me gustan las pecas. Soy impecable”).

Esta niña se ha disfrutado el concierto como no tienen una idea, disfrutando las canciones y riéndose con algunos de los amigos de su mamá que nos encontramos allá. En una de esas ella y su mamá se metieron en la olla, y mientras ella tomaba fotos y fotos, todos los tipos a su alrededor se esforzaban por ayudarla. Un tipo así de la nada aceptó cargarla en sus hombros para que viera; si hubiera sido una chama de 16 habrías visto a todos los carajos detrás de ella gritándole “¡¡¡BÁJATEEEEEE!!!” Todos los tipos que la veían la felicitaban por estar ahí; era el apoyo completo a una futura generación que en incrementos se está volviendo más banal, y no sólo en sus gustos musicales.

Y la verdad, todo el ambiente era así. Uno tradicionalmente relaciona los conciertos de rock pesado y metal con violencia, por el tipo de música, o con mucha droga. Sí, el característico olor a la marihuana se coló en algunos momentos, pero en general yo lo que veía era gente que lloraba de la emoción de estar viendo a grupos que se han estado escuchando por al menos 20 años (en mi caso) y ya; cada quien lo hacía a su manera.

Nunca he ido, pero sería interesante compararlo con un concierto de reggaetón.

Yo encantado de la vida llevaría a una hija, hijo o sobrin@ a un concierto como el que fui el domingo, porque sabría qué esperar y cómo cuidarl@. En cambio, considerando lo que veo en sus videos y cómo veo a incluso niñitos bailándolo, prefiero que me castren y me hagan tragar el escroto antes de dejar a un hijo mío estar siquiera cerca de un concierto de Daddy Yankee o afines.

Y ojo, si a ustedes les gusta esa música bien, allá ustedes. Yo la detesto. Y entiendo que lo más probable es que el reggaetón tenga que pasar por muchos de los clichés que el rock: que si eso es de Satanás, que si eso no explota nada bueno, que si no se qué. Que entonces cuando el niñito diga en el colegio que lo que escucha es Radiohead o Metallica y no Justin Bieber o Chino y Nacho va a estar en minoría, quizá aislado. Que si entonces va a estar sentado en las fiestas sin bailar cuando suene el reggaetón. (¿Vieron el video que enlacé, verdad? Por mí, sí.)

Pero el punto de este post no es decir que el rock es mejor que el reggaetón, que vamos, es algo muy latino y por consiguiente nunca es 100% malo. Pero lo siento, gente, mi experiencia es que los rockeros en concierto se portan muy distinto que reggaetoneros en concierto. Son solidarios con los demás, se ríen con facilidad, no están pendientes del “quítate tú para ponerme yo” y no hay esta constante amenaza que a una chama la vayan a desvirgar o que alguna parejita vaya a meterse detrás de las gradas a “perrear en horizontal”. Sí, hay droga en el aire y cerveza, pero el ambiente no se siente tan poco sano.

Aunque estoy seguro que estoy condicionado por mis gustos musicales.

Pero igual les pregunto: ¿ustedes se llevarían a su hija de nueve años a un concierto de reggaetón?

Joder, ¿la dejarían escucharlo y perrearlo?

Eso pensé.

Más allá de eso… qué bueno el concierto del domingo.

Una muestra.

El mundo después

9-11-anniversary-feature En 2001, estaba llegando a dar clases en el instituto de inglés donde eventualmente conocí a la que hoy es mi esposa. Mi madre me llamó al celular, fiel a su labor de ser quien primero me informa de los grandes acontecimientos, y me dijo: “¡Juan Carlo! ¡Un avión chocó contra el World Trade Center!”. Yo le recordé asombrado que no era la primera vez que un avión se estrellaba contra un edificio en Nueva York, pero igual no dejaba de ser impactante.

Llegué a mi trabajo y prendí el televisor para ver las noticias –justo cuando el segundo avión chocaba contra la otra torre. Ahí sí me asusté. Ya esta vaina no era un accidente, o si no asústense, todos los pilotos andan borrachos. Todo ese día, el horror de los neoyorquinos contrastaba fuertemente con el júbilo de gente en el Medio Oriente que celebraban lo que parecía la caída del “Demonio del Norte”. Yo quizá no apoye a los Estados Unidos en todo lo que hace, ni siquiera en la mayoría, pero saben, es mi segunda patria. La tierra que me vio nacer, si no la que me hizo ser quien soy. Verla atacada de esta manera no me afectó tanto como los deslaves de Vargas en 1999 –ni cerca—pero ciertamente no fui indiferente a ello.

Lo siguiente que recordé fue mi viaje a Nueva York en 1995. Fuimos a todos los sitios principales de la ciudad, excepto a las Torres Gemelas. Sólo llegamos a su pie y miramos hacia arriba. Como casi todos los edificios allá, quedé asombrado de su imponencia, su majestuosidad arquitectónica. Nos preguntamos si subiríamos a conocerlas, pero decidimos no hacerlo. “Siempre podremos volver”, dijo alguien, quizá mi papá, quizá yo mismo. ¿Y cómo íbamos a saber?

Desde entonces, veo el mundo alrededor y me pregunto, ¿qué se aprendió de aquel entonces? No sólo para Estados Unidos, que ciertamente ha pasado de ser el incuestionable gigante del mundo a un leviatán herido, lleno de gente peleando entre sí, sino para todos nosotros. Sí, Osama bin Laden ya no está y Al Qaeda está debilitado (pero aún no acabado), pero, ¿cómo nos afecta a nosotros?

El mundo se ha vuelto más desconfiado, menos amistoso y más paranoico. Estados Unidos pasó de ser el rey indiscutible del mundo (aunque lo quiera negar) a ser un leviatán herido que ese mundo odia o le tiene lástima. Algunos estadounidenses culpan a los inmigrantes o los musulmanes de sus males, el hemisferio sur culpa a Estados Unidos y Europa de sus males, ya sea por capitalismo, terrorismo, invasión o indiferencia.

Mientras tanto, mi país tiene sus propios problemas.

La verdad es que los terroristas, si bien no lograron derrumbar al país como tal con sus cobardes tácticas, ciertamente han contribuido a que el mundo viva en miedo. Pero las hordas de malandros en Caracas son tan rivales de los terroristas de Al Qaeda en cuanto a gente que han matado en diez años. Si acaso un ataque terrorista se puede prevenir; ¿cómo se previene la inseguridad en las calles de mi ciudad? Sí, con más y mejores policías, pero eso aún no ha pasado. Nosotros también vivimos con miedo, nosotros también vivimos con violencia, nosotros también desconfiamos de los vecinos.

Pero ese día, como dijo recientemente el canciller de República Dominicana (35 dominicanos perdieron la vida el 11-S), ese día se vio tanto lo peor como lo mejor de la humanidad. Sí, se vio gente que mató a miles de seres humanos supuestamente en nombre de Dios. Pero se vio a otros hacer el trabajo de Dios: tratar de salvar a los enterrados, consolar a las familias de las víctimas, tranquilizar a un extraño que lloraba. Aquí todos los días, subiendo para acá, también veo lo peor y lo mejor de la humanidad, viendo gente tirada en la calle víctima de sus propios abusos o de la inseguridad, pero también veo a gente que simplemente se para a recogerle una bolsa a una señora o le abre una puerta.

El mundo está mal. Muy mal. Mi país está mal. Muy mal. Pero mientras haya gente que queremos hacerlo mejor, que trabajamos por hacerlo mejor, hay esperanzas. En serio, mi gente. Dejemos de ser egoístas, trabajemos porque mejoren las cosas. Tratemos mejor a los vecinos, no caigamos en sus provocaciones de violencia. Ojalá que nuestros hijos se consigan con la verdadera patria grande.

Este fue uno de los mejores homenajes que vi hoy del 11-S: la tira cómica Big Nate. traducción del diálogo al final.

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-Aaaaay, mira qué lindo. ¿Construyendo un castillito de arena, niñitos?
-Algo así.
-¡Ten cuidado, pelón! ¡A lo mejor te lo tumbo!
-No. No lo harás.
-¿Ah sí? ¡Bueno, vendré más tarde y veremos!
-‘Ta bien.
-No lo tumbarás.

¿Y si se muere?

Para los que no quieran leer un post largo y a los que están listos para enviarme cuanta maldición se les ocurra, les doy la versión corta:

La gran cagada.

Para los demás (y gracias, de paso), me explico.

Ya no hay Copa América, peo en El Rodeo, Miss Venezue o Transformers 3 fuera de la pantalla venezolana que valga. Luego del jueves en la noche, hay un solo tema en la boca de todos los venezolanos: el presidente Hugo Chávez anunció que le extirparon un tumor cancerígeno y está en tratamiento.

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Una semana antes, el periodista Nelson Bocaranda publicó un amplio artículo en El Universal (aquí lo pueden descargar en PDF) informando que lo del absceso pélvico que originalmente se había anunciado fue por lo que lo operaron no era del todo cierto, y fue el primero que usó públicamente la palabra “cáncer”. El presidente de la Asamblea había desmentido con vehemencia que el Presidente tuviera ese mal y fue, en mi opinión, el que quedó peor, con el diputado Saúl Ortega en segundo lugar al decir que Chávez estaría en el país “en las próximas horas” el 20 de junio, lo que obligó al ministro de Comunicaciones, Andrés Izarra, le dijera muy sutilmente que se callara la jeta.

Empezaron a hablar las voces en contra. La oposición cuestiona que el presidente Chávez esté mandando en Cuba, pidiendo que se declare falta temporal y que el vicepresidente Elías Jaua asuma para cubrir el vacío de poder, según la Constitución. Jaua muy tranquilo dice que no hay necesidad de eso, que el presidente puede estar fuera del país un máximo de 180 días –incluso que estaría aquí antes— y puede segur mandando desde donde esté –lo que sí va en contra de la Constitución, que establece que el centro de poder está en Caracas, no donde esté su Presidente.

Una vez que las mandíbulas colectivas fueron puestas de nuevo en su lugar, empezaron las especulaciones. En un artículo de opinión publicado por el Washington Post, la bloguea cubana Yoani Sánchez compara todo el hermetismo alrededor de la salud del Presidente con la que hubo en 2006 por la salud de Fidel Castro. “Acostumbrados como estamos a leer reportes médicos al revés y careciendo de confianza en diagnósticos benignos, la convalecencia de Hugo Chávez no ha pasado desapercibida en nuestro país”, escribe Sánchez. “Al igual que con Fidel Castro, los medios cubanos buscaron aliviar las preocupaciones sobre Chávez. Hasta el jueves en la noche, los detalles de su salud no se habían hecho públicos. El secretismo rodeando la cirugía realizada al presidente de Venezuela reforzó nuestra sensación que se estaba ocultando información. Como fue el caso hace cinco veranos, los reportes oficiales jugaron a distracción y subestimación. La falta de claridad sugiere que estamos reviviendo esos días paranoicos cuando una cortina de silencio fue corrida alrededor de un anciano, y no sabíamos si aún respiraba o era incapaz de seguir comandando ‘sus tropas’”.

Ah… Y no olvidemos incluir lo que salió hoy en El País de España: que si en efecto tuvo u absceso pélvico y encima se le extrajo un tumor cancerígeno, lo que nuestro Presi tiene es cáncer de sigma perforado. (El sigma es la parte final del colon.) “La segunda causa en frecuencia de absceso pélvico (una acumulación de pus en la parte baja del abdomen) en pacientes de esa edad y exceptuando la apendicitis -que es más frecuente en jóvenes-, es el cáncer de sigma”, dijo uno de los médicos consultados por El País. “La primera es la complicación de otra enfermedad frecuente en esas edades, la diverticulosis, que no es otra cosa que la aparición de pequeñas bolsas en la pared del colon que no produce síntomas. En ocasiones esos divertículos se inflaman y pueden producir la perforación del intestino grueso”. (Claro, me saca la piedra que todos los médicos consultados en el artículo se abstuvieron de dar su nombre. Ni que fueran médicos de aquí que les van a perseguir su familia, no joda.)

Yo no sé si es algo exclusivo de mandatarios militares o militaristas que la salud del presidente debe ser tratada como secreto de estado –¿qué tan avanzado estaba el cáncer del presidente paraguayo Fernando Lugo el año pasado?— pero creo que dice bastante sobre los regímenes autocráticos donde revuelve casi todo en torno a la figura de una sola persona.  Salvando las distancias –y mira que son LAS distancias— piensen en cuánto duró el gomecismo en el poder luego de la muerte del Benemérito Juan Vicente Gómez. Cuánto sobrevivió el nacionalsocialismo después que Hitler se metió un tiro.

Chávez no es ni de cerca un dictador como Gómez y muchísimo menos que Hitler, y eso lo creo de todo corazón; cualquiera que piense parecido está pelando bola de cajón y de calle. Pero no se puede negar que el Gobierno, la vida del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y aún de su tren ministerial gira en torno a él como lunas alrededor de un planeta. Cuando hay rencillas internas en el partido –y admito que esto es especulación, pues dichas rencillas se mantienen bien en secreto— es su mano la que pone orden. Cuando hay campaña para mandatarios regionales, parecía que la imagen del Presidente aparecía con mayor frecuencia que los propios candidatos, a tal grado que el Gobierno tuvo que prohibir ese uso el año pasado.

Ante ese panorama, hay que incluir algo que quizá duela admitir: Chávez es un presidente carismático como pocos. Lo que Chávez despierta no es amor, es muchas veces fanatismo, comparable en algunos casos con las obsesiones de una adolescente por el chamo que no le para o sólo se la cogió una noche. El tipo te puede tratar mal, no cumplir lo que promete, tardar en complacerte, pero basta con que te hable bonito y te medio complazca en algo y ah no, ese es Dios. “Él sí me quiere, pero está demasiado ocupado…” “Él nos ama, pero no puede estar en todos lados…”

Dicho eso, espero entiendan por qué digo que, suponiendo que Chávez no venza el cáncer que lo aqueja –y honestamente no tiene por qué no hacerlo—, esa sería la gran cagada. Igual si se mejora, la verdad.
¿Saben en dónde está la popularidad de Chávez ahorita? Dependiendo a quién le pregunten, está entre 35% y 53%. Pero supongan que el hombre se recupera. (Que honestamente eso espero.) ¿Saben lo fuerte que se va a ver al haber vencido un cáncer? Ahorita todo el Gobierno está aplicando una de “pobrecito, estemos pendientes de él”. Luego será “ay tan bello, míralo, ni el cáncer pudo con él”.

Pero ahora supongamos que el hombre empeora y muere, antes de 2012.

Si en efecto el Presidente es el único que mantiene la unidad dentro del PSUV, su ausencia haría una batalla por el poder inmediata y me atrevería a decir sangrienta (si no en el sentido literal). Las voces más prudentes y tranquilas –como el primer vicepresidente de la Asamblea y ex alcalde mayor de Caracas, Aristóbulo Istúriz, o el propio Soto Rojas—serían bien acalladas.

Pero si no, si en efecto el PSUV decide respetar los deseos de Chávez sobre quién lo sucedería en el poder (o al menos sería su abanderado en la candidatura), ese hombre –o mujer— contará con el equivalente de la bendición de un santo. Todo el mundo sabe quiénes son los más cercanos al Presidente: el diputado y ex ministro Diosdado Cabello; el ministro de Energía y Minas y presidente de Petróleos de Venezuela Rafael Ramírez; el hermano del Presidente y gobernador de Barinas, Adán Chávez; la diputada Cilia Flores; el canciller Nicolás Maduro; y por supuesto, el propio Jaua, quien en menos de dos años ha ascendido los rangos como espuma. Cualquiera de ellos podría estar listo para brincar a la candidatura sin (mucho) chistar de los otros (aunque rumores de tirrias entre Jaua y Cabello abundan en las redacciones).

Eso sí, ninguno tiene el carisma de Chávez. Su hermano habla como la maestra de Charlie Brown articulando; Jaua, con toda su habilidad para hablar no tiene el mismo toque popular del Presi, mucho menos Ramírez. Y Cabello es, sencillamente, demasiado pedante. Podrían mantenerse en el poder gracias a “la memoria de nuestro Presidente”, pero nadie se creerá que estarán ahí “hasta el dos mil siempre”.

Pero está el mientras tanto.

Este es el peor momento para hablar mal de Chávez, mi gente. Desearle mal, burlarse de su condición, rezar a que se muera… Mira, dada la profunda división que aplicó entre los venezolanos, donde el mayor peo que teníamos era broncas en un Caracas-Magallanes, son reacciones naturales. Pero como hijo de un paciente al que le detectaron células cancerígenas, ir tan en contra de un paciente de cáncer lo que hace es fortalecer la simpatía por él. Es hacer leña del árbol caído. Mala idea. O sea, ¿hablas mal de Chávez y los chavistas, y te extraña que nos tengan arrechera? Es cierto, los que lo oponemos hemos recibido coñazo, nos han quitado televisoras y radios, y ha hecho que gente como Manuel Rosales y Henrique Salas Feo reciban más publicidad de la que se merecen, amén de todo el rollo que ha habido en las cárceles, el auge de la delincuencia y una crisis habitacional que me pegó más cerca de lo que quise.

Pero si de verdad quieren salir de él, más les vale que trabajen para hacerse que ustedes se vean menos coñemadres y más como una alternativa a él. O si no, nunca se va a ir, así no esté.

Que se recupere, Presidente. Mi opción de candidato lo espera sano y salvo.

Tony

Tony aún está en sus años 20. Su esposa –aunque uso ese término muy a la ligera— no es mayor de edad; tienen una hijita que está aprendiendo a caminar. Tony tiene algo en la lengua, en los dientes, en la boca, que impide que se le entienda bien lo que dice. El hecho que habla a diez palabras por segundo no ayuda.

Tony es educado, humilde, fácil para reír, buen trabajador. Ha estado trabajando con la familia de mi esposa desde hace más de un año; su suegra limpia, su hijastro lava carros y ayuda. Hace tres meses, empezó a trabajar en nuestra nueva casa, empezando por remodelar nuestro baño, y terminando por baldosar el piso.
Tony es bien eficiente: terminó el baño en una semana, el piso de la sala en dos. Y habría terminado el piso de los cuartos mañana.

Hasta que anoche, a Tony se le cayó la casa.

Fue a trabajar a la nuestra en la mañana, pero se tuvo que ir para empezar a sacar sus cosas antes que ocurriera lo inevitable. Lo que ocurrió cuando estábamos pidiéndole que bajara los escombros para empezar a mudar nuestras cosas.

Tony se mudó a la casa de su suegra, pero aún hay peligro allí. Ahora está en casa de unos vecinos, él, su esposa y su hijita.

Ahora Tony es parte de los más de 30.000 damnificados en el estado, producto de lluvias, malas construcciones y mal urbanismo.

Él y su familia están bien. Y a la vez no lo están. Pues no tienen un techo sobre su casa.

Ahora Tony no puede ir más a mi casa.

Mi casa vacía.

Ahora explíquenme por qué debo tratar a Tony como una amenaza.

Por qué debo tratar a un muchacho cuyo único motivo de queja para mí es lo poco que le entiendo cuando habla como un peligro para mi futuro.

Por qué tengo que prevenir que alguien que sólo necesita resolver su futuro perturbe el mío.

No se molesten en escribirlo en los comentarios; ya sé por qué.

Porque entonces todo por lo que he peleado se vendrá abajo.

Porque podría perderlo todo.

Como Tony.

Esa es la situación en la que estamos viviendo en el país, donde las cosas malas le pasan muy a menudo a la gente buena, y la gente buena se puede convertir en mala rapidito.

Lo único que deseo en este momento es que esta historia fuera tan mentira como el nombre de Tony.