50 lecciones para 50 años: Parte 5

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Florida, donde vivo ahora, es una tierra de contradicciones. Ni empecemos por las locuras que cometen sus habitantes menos afortunados, pero también destaco el hecho de que puede estar lloviendo en mi complejo de apartamentos y hacer un sol radiante en el de al lado. Entre noviembre y febrero, puedo estar sometido a temperaturas de 10ºC en la mañana, 22º al mediodía, 15º al atardecer y -2ºC a la noche. Y esta, la época veraniega, donde un ser humano «normal» está pensando en playa y piscina, qué con el promedio de 32º que hace afuera, es también la época de chaparrones brutales que cancelan cualquier plan que implique sol. (Excepto, claro, las masas que van a los parques temáticos. Nooo, señor, aquí se viene a divertirse con o sin lluvia. Vámonos.)

Pienso en eso mientras escribo las lecciones de hoy y pienso en cuánto ha cambiado la imagen de Florida desde que era joven. Antes era el sitio idílico de Estados Unidos, una Latinoamérica más, dada la cercanía al Caribe. Un paraíso para el retiro de los adultos mayores (fans de The Nanny lo deben recordar más). Y bueno, el «lugar más feliz del mundo». Pero ahora fue el escenario que terminó decidiendo la elección entre George Bush y Al Gore. Es el hogar de «Westonzuela» y tantos «enchufados». Es sitio de frecuentes denuncias de explotación. Pero bueno, ahora lo llamo «casa», y he sacado muchas alegrías de aquí. Esto va por ti, Florida.

Primera parte aquí. Segunda aquí. Tercera aquí. Cuarta aquí.

42.- Nunca olvides que a quien admiras también es humano. Como tú.

Photo by Umberto on Unsplash

Si algo demostró todo el movimiento #MeToo de los últimos años es que es difícil recordar que cualquier persona que admiras por lo que ha hecho en la vida es, al final de cuentas, un ser humano. Con todo y sus fallas. ¿En quién podemos creer? Creo que lo que yo he aprendido es que podemos seguir creyendo en la gente, en especial en nuestros padres, pero recordando que la vida no trae un manual de instrucciones, ni siquiera para ellos. Mi papá es mi héroe absoluto, y eso lo digo aún sabiendo –por admisión suya, incluso– que no tiene todas las respuestas, que se ha equivocado, que ha hecho cosas en el pasado que yo quisiera hubieran sido distintas (todo el tiempo sabiendo, y lo reafirmo, que siempre tenía mis mejores intereses por delante). En todo caso, creo que uno siempre debe cuestionar a las personas que admiramos, porque eso los hace más fáciles de seguir. Porque uno ve que, a pesar de sus fallas y las cosas que tenían en contra, decidieron hacer lo que consideraban correcto tanto para ellos como para los que contaban con ellos. Porque tomaron esa responsabilidad que ni se puede medir y cumplieron, porque era lo correcto. Y eso hace que uno se ve a a sí mismo y diga, «Si ellos pudieron, yo puedo». Por eso, ojo con quien admiren. Ojo cómo los admiren. Yo tengo la enorme bendición que las principales personas a quien admiro no me han desilusionado aún después de casi 50 años que los conozco. Y eso es un rarísimo privilegio. Pero esa es otra lección.

41.- Todos necesitamos un tiempo de putería. Y aceptar sus consecuencias.

Photo by Deon Black on Unsplash

No recuerdo la fecha exacta, pero sí sé que fue un año de locura, y fue cuando acepté empezar a dar clases de inglés en un instituto privado en Caracas. estaba muy desilusionado por cómo iba mi vida laboral en aquel momento, luego de desperdiciar cinco años de mi vida en atención al cliente, así que probé algo nuevo. Para un tipo de treinta años que jamás había estado en una situación de poder, fue abrir las puertas al hedonismo. Fueron fiestas, almuerzos, salidas secretas, aventuras en las escaleras y demás. Cualquier intento de una relación seria no solo era imposible, era inimaginable. Mi pensamiento era, «si tengo acceso a todo el menú, ¿por qué voy a comer una sola vez?». Hasta que el año llegó cerca del final. Y hubo más de un encuentro incómodo con dos personas a las que había prometido cosas similares. Hasta que la palabra «monstruo» fue lanzada hacia mí con toda la seriedad de una orden de arresto. Hasta que finalmente encontré a alguien que me hizo pensar en parar y mi fama montó un muro. Hoy le pido disculpas a todas esas almas que llegaron en un momento en que la borrachera de poder se me subió a la cabeza. Tardé cierto tiempo en borrar esa imagen de gozón que tenía, y no fue sino hasta que llegó mi primera relación seria (irónicamente, con una alumna del instituto) que ya la gente volvía a confiar en que mí. Pero aún así, agradezco ese año de putería que tuve, porque tomo las cosas buenas que me dejó –confianza en mí mismo (aunque después volvería a ser golpeada, con más fuerza), aprender a relacionarme con los demás, et cétera– y veo a las malas y procuré no repetirlas jamás. Todos necesitamos pasar por algo así porque, si no, no hay otra manera de entender que uno no puede tratar a las mujeres como si fueran barajitas para coleccionar, hasta que recibas tus coñazos por faltaerrespeto.

3 comentarios en “50 lecciones para 50 años: Parte 5

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