50 lecciones para 50 años: Parte 20

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Los 49 entran en su semana agónica, mientras la marcha a los 50 continúa inexorable. Gracias a los que me están acompañando en este pequeño viaje que sirve a la vez de clase, paseo por la nostalgia, ejercicio de escritura y limpieza mental. Y sobre todo, gracias a los que me siguen in real life, pues gracias a ellos llego a los 50 en el estado en el que estoy.

Me recuerda mis inicios en el mundo del blog, allá en la prehistoria del año 2007. Por supuesto usamos Blogger, pues era la única disponible para novatos. WordPress intimidaba, TypePad era para «weirdos», y Tumblr era… bueno, ustedes saben. Así que ahí empecé. Luego de un tiempo abrí ahí un blog de cine que estoy agradecido de decir que me llevó a sitios muy buenos. Y por ocho años ahí seguí hasta mudarme acá. Éramos inocentes, describiendo nuestro día a día como si nada. Twitter era una pequeña isla escasamente habitada y nadie peleaba. Nadie se imaginaba el poder que escondían esos primeros sitios, y muchos en parte lo lamentamos, pues descubrimos que no todo el mundo merece la libertad de expresión.

Aquí estamos, y aquí seguimos. De nuevo, infinitas gracias por leerme. Pueden leer entradas anteriores aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 19

Photo by Eugene Lagunov on Unsplash

Cuando decidí empezar este proyecto, me aseguré de tratar de sentarme todos los días a la misma hora, tener el post listo para compartir en redes sin excepción. Y me he dado cuenta de aquello que «si quieres que Dios se ría, cuéntale tus planes». (Lo que dijo Maickel Melamed es más bonito, pero aplica igual; vean una de mis entradas anteriores).

Estoy escribiendo esto un día antes, pues sé que el sábado no voy a tener chance, mucho menos fuerzas, para escribirlo. Esperaba tenerlo listo para las 12, 1 máximo, para poder almorzar y dormir antes de prepararme para ir a trabajar. Pero con una perrita nueva, mil responsabilidades, dudo que pueda dormir algo. Porque aún tengo que arreglar la cocina que prometí arreglar antes de irme.

No es fácil ser adulto, es lo que quiero decir.

Pueden leer el resto de las entradas, escritas en su mayoría de manera mucho más relajada, aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 18

Photo by Marek Piwnicki on Unsplash

La batalla contra la frustración es algo diario, para muchos. Y es que duerme menos, pierde paciencia. Hay retos diarios que uno no comprende en el momento, hasta que tiene que lidiar con ellos. Ahí es donde uno ve la madurez, la inteligencia y la fortaleza mental de la que realmente uno dispone.

Digo todo esto porque –y que conste, esto ya yo lo sabía– tener un perrito nuevo es maravilloso, pero también tiene su lado difícil. Es educarlo a que no muerda, es que entienda que no es jugar cada vez que él (o en este caso, ella) quiera. Es limpiar sus desastres, es atenderlo. Y en mi caso, es educarla a que trate bien a la niña de la casa, y educar a la niña de la casa que la trate bien a ella. Ah, y no olvidemos que antes que llegara la perrita Leia, estaba la agapornis Sky, que también requiere atención. Son muchos retos que he aceptado tomar con gusto. Pero no quiere decir que no requieran de paciencia.

Creo que lo que más quiero decir es, ¿puedo dormir? ¿Por favor?

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50 lecciones para 50 años: Parte 17

Photo by freestocks on Unsplash

Ayer escribí sobre los hobbies (ya les comparto ese enlace) y me di cuenta de que quizá sí tenga una personalidad compulsiva. Siempre me ha gustado reunir cosas que pueda clasificar. Me acordé que hasta había escrito antes de esto en un post en Medium (ah sí, síganme en Medium, por favor). No fue sino hasta que estuve leyendo ayer sobre cuántas cosas he tratado de coleccionar o de empezar y luego… no lo hago. Es como si lo emocionante fuera la planificación, no la ejecución como tal.

Y ahora me pongo a pensar en cuántos proyectos he pensado en arrancar y ahí quedan. Un podcast, un libro (que aún vive, si acaso en coma), el blog de cine (este)… Creo que el secreto es obedecer a la compulsión y determinar si de verdad podemos seguirla, o es solo un antojo del momento. Si no, dejas una larga fila de cadáveres de proyectos atrás, y te hace ver como un acumulador mentalmente inestable, y nadie quiere eso, ¿verdad?

Pueden visitar las entradas anteriores de esta serie, incluyendo el de ayer de los hobbies, aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 16

Photo by David Mao on Unsplash

¿Qué es para ustedes un día «bueno»? Quizá es simplemente un día en que de verdad hicieron lo que les diera la gana. O es un día en que dejaron esa lista de deberes limpiecita como un sol. Un día en que leyeron ese libro, vieron esa serie o película. La pasaron en familia. O simplemente sus seres queridos se acostaron a dormir buenos y sanos y ya, eso define un buen día. O al revés: se pararon respirando y ya es un buen día.

Me agrada pensar en los días buenos. Siempre que llego del trabajo, aún más dormida que despierta, Yadi me pregunta cómo me fue en el trabajo. Antes le decía si fue un día bueno en lo personal –no mucha plata, pero me trataron bien– o bueno financiero –MUCHA plata– o malo –ausencia de alguna de las dos cosas–. Ahora que no siento el mismo entusiasmo por el trabajo, un día bueno es uno en que puedo terminar mi guardia de buen humor, consciente de que hice un buen trabajo y me traje una compensación adecuada por ese trabajo. Y como sea, sé que el día será bueno una vez caiga en ese lecho y sienta el abrazo del amor antes de dormir.

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50 lecciones para 50 años: Parte 15

Photo by Omar Lopez on Unsplash

Muchos comediantes de hoy en día se lamentan de los límites que se imponen por los cambios en lo que es políticamente correcto hoy en día. La llamada «cultura de la cancelación» ha hecho que muchos se muerdan la lengua o alteren su manera de hablar, pues lo que era gracioso hace unos años era en realidad ofensivo y no podría aceptarse. Claro, eso también degeneró en lo que muchos llaman «la generación de cristal», que todo se lo tomaría a pecho.

¿Qué hay de cierto en eso? Es muy complicado, pues la comedia no debería ser censurada, pero pensemos cuan mejor estarían las relaciones humanas si pensáramos más en las consecuencias de nuestras palabras. Los chistes de gallegos, árabes, judíos… Es mi esperanza que en un futuro finalmente haya un equilibrio entre las dos partes, que entendamos un poco más los sentimientos ajenos y que se entienda que no todo busca ofender, que no todo busca herir. Pienso en cuántos de nosotros estamos medio dañaditos por todo el chalequeo que sufrimos cuando jóvenes y me pregunto si quizá, si hubiéramos estado más conscientes de cuánto sufría «la otra parte» si estuviéramos como estamos hoy día.

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50 lecciones para 50 años: Parte 14

Photo by Axville on Unsplash

A medida que se acerca la fecha final de este proyecto –léase, mi cumpleaños– tengo la suerte que, por lo visto, al menos para algunos, no aparento la edad que tengo. En estos días al menos dos personas pensaron que tenía 35 años, lo que por supuesto fue una gran inflada para el ego. Y llego con buena salud, tanto mental como física. Así que no puedo quejarme.

Y de repente, llegan cosas que me recuerdan que sí, que ha pasado cierto tiempo ya. Ayer un niño particularmente inquieto de unos cuatro años estaba con uno de los dispositivos para ayudar a los huéspedes (se llaman Ziosk), y cuando se lo traté de quitar trató de morderme los dedos. Mi inmediata reacción fue alzarle la voz, lo que por supuesto uno no debe hacer si es un niño que no es tuyo y, más aún, es una mesa que tú estás atendiendo. Por supuesto que luego me disculpé profundamente, y aceptaron mis disculpas. Pero me di cuenta que ha sido una semana que he dormido poco, y eso empieza a alterar mis reacciones.

Qué importante es dormir, sin importar quién piense o diga lo contrario. En especial a medida que uno se va haciendo más viejo. Las baterías siempre necesitan recargarse, o el sistema no funciona. Espero que pueda hacerlo, o el próximo niño le va a costar una cachetada y a mí el trabajo.

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50 lecciones para 50 años: Parte 13

Photo by Justin W on Unsplash

Aún me divierte que veo el número 13, o el 666, y me siento inquieto. Con el primero es pura superstición, por supuesto, a tal punto que ya me parece un número «feo»; con el segundo es una profunda educación, que habla del Apocalipsis (y Iron Maiden ayuda). Habla de cuánto nos influye la cultura con la que crecimos, la que pone el lente tras el cual vemos al mundo. Es poco probable que el 13 tenga una verdadera influencia negativo, así como el 7 tenga una positiva, pero en nuestras cabezas lo tienen y eso no lo hace menos real.

Es por eso que siempre me ha encantado leer sobre otras culturas. ¿Sabían que en algunos sitios, comer con la mano izquierda es considerando mala educación? ¿O que en Japón es costumbre vestirse de blanco en un funeral? Y bueno, el eterno debate de azúcar en las caraotas (no), mayonesa en las hallacas (absolutamente no), brócoli en las pizzas (are you kidding me?!). Eso sí, hay ciertas costumbres en ciertos países que uno no puede compartir ni respetar, pero en general considero que uno necesita leer sobre ellas para entender mejor el mundo en el que vivimos. Uno necesita siempre ser parte de la solución, no del problema.

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50 lecciones para 50 años: Parte 12

Photo by Danielle MacInnes on Unsplash

En la entrada de ayer, mencioné por primera vez a mi terapeuta. Es la segunda vez que voy a terapia, y es algo que debí retomar hace mucho tiempo. La primera vez no me sirvió de nada porque no apliqué las cosas que vi allí en el breve tiempo que estuve, no vi las cosas que estaba develando allí; la segunda terminó antes de tiempo por inmigración. Esta tercera voy con todas las ventajas de la tecnología y un apoyo incondicional de mi familia, que siempre es una ventaja enorme.

La terapia mental, el psicoanálisis, la psicología, no son necesariamente para gente con problemas; creo que ese es el estigma que cargan muchos que les impide buscar ayuda profesional. Pero yo lo veo más bien como el tratamiento a una herida, que busca evitar que se infecte y afecte al resto del cuerpo. No olviden que Khal Drogo, el más poderoso de los guerreros, murió por una insignificante cortada (spoiler para Juego de Tronos, sabrán disculpar). Estoy inmensamente agradecido a mi terapeuta y el tiempo que hemos pasado juntos, pues ya siento nuevos cambios y cosas buenas por venir.

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(No sé si será obvio, pero todas las fotos que estoy usando para estas entradas las saco de Unsplash, un sitio web con miles de miles de fotografías de libre uso, que solo pide que le des crédito al fotógrafo cuando las uses. Claro, si abres una cuenta con ellos tienes más ventajas, si las necesitas. Muy útiles y una belleza de catálogo.)

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50 lecciones para 50 años: Parte 11

Photo by Tyler Nix on Unsplash

Mi terapeuta me enseñó algo nuevo esta semana, antes de recibir a Leia: el banco de resiliencia. Son esas cositas que uno tiene en su día a día que ayuda a afrontar la adversidad, que ayudan a desarrollar una mejor psique para que lo negativo que sucede en el día a día nos afecte de la menor manera posible. Estuve haciendo un dibujo de lo que sería mi banco de resiliencia, pero yo lo hice como un muro (porque un escudo era como muy obvio), y me gustó ver que tengo varias cosas y bien sólidas. Mi escritura (una de las razones por las que hago esta serie), mi origami, mis libros… Pero por supuesto que también el amor de Yadi, los amigos así sean a distancia, y la familia.

Inviertan bien en ese banco de resiliencias, chicos. Es lo que más les ayudará en la vida. Y ojo, hay algunas cosas que parecen moneda verdadera pero son un engaño. Si acaso solución temporal. No se dejen engañar. (¿Ven? Hay lecciones nuevas todos los días.)

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