¿Cuánto cabe?

Las nubes sobre el Atlántico. Foto mía

Ustedes no han vivido hasta que una niña que solo han conocido por un par de días te dice «Te amo», y sabes que es verdad. Esas fueron las palaras que escribió en un pedacito de papel que ahora guardaré como si se tratase del Acta de la Independencia.

Esa fue una de muchas primeras que viví esta última semana. La niña en cuestión es mi sobrina de cuatro años, junto con su hermano morocho, con quien se me ha comparado varias veces dado su amor por los animales, en especial dinosaurios, y ciertos gestos. No había tenido oportunidad de conocerlos dado que nacieron cuando ya había emigrado fuera de Venezuela. Y tuve la inmensa bendición que la conexión fue casi instantánea.

También fue la primera vez que abracé a mis padres desde 2019, cuando ellos y mi hermano y mi cuñada viajaron a visitarnos en Orlando. Doy gracias a Dios que los veo enteritos, con sus achaques por la edad, claro, y las angustias de vivir en la incertidumbre que es Venezuela. Mi hermano logró llevarlos a España, donde ahora viven, para pasar el cumpleaños suyo, el de mamá, Navidad y Año Nuevo juntos, algo por lo que tambien estoy agradecido.

Y por supuesto que me deja con el corazón dividido en dos.

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La montaña rusa tricolor


Photo by Kevin Keith on Unsplash

No sé a ustedes, pero yo como venezolano siento que por estos días vivo en un casi permanente estado de déja vu, con el clásico de Franco de Vita sonando fuerte en nuestras cabezas, jurando que esto ya lo había vivido.

Veo a la democracia en mis dos países tambalearse, aunque en Venezuela qué puede quedar de ella. Veo la xenofobia salir del sur y hacer escándalo en redes, solo porque un compatriota tuvo el descaro de tratar de hacerlos reír. Vivo la angustia de un familiar lidiar con el drama del sistema de salud en Venezuela, y tener que resignarse a ser otro de los ocho millones que la han tenido que dejar atrás.

Y no sé ustedes, pero yo ya estoy como harto.

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Oda a los amigos, pasados y presentes, si aún los hay

Colin Farrell y Brendan Gleeson en una escena de The Banshees of Inisherin. Cortesía Searchlight Pictures

No sé si han tenido la oportunidad de ver la película The Banshees Of Inishirin, pero si no lo han hecho, es tarea pendiente. Colin Farrrell y Brendan Gleeson vuelven a trabajar con el director Martin McDonagh (que los hizo brillar en la genial In Bruges, o Perdidos en Brujas), interpretando a dos amigos de toda la vida que están en un impasse porque Colm (Gleeson) de los dos simplemente no quiere ser amigo de Podraic (Farrell) y ya. Por supuesto que esto no es suficiente para Podraic, y el conflicto va escalando de maneras a veces comiquísimas y a veces muy, muy tristes.

Banshees se quedó conmigo no solo por lo buena que es, sino por los temas sorprendemente trascendentales que toca, que da la casualidad he tenido presente desde hace algún tiempo. Los dos principales: ¿En qué queremos pasar los años que nos quedan? Y, ¿por qué es tan encojonadamente difícil hacer amigos cuando se es mayor?

La primera es la más personal de las dos, y quizá es algo en lo que todos hemos reflexionado en los años de pandemia. De ahí las tendencias como el «soft quitting», más dedicación a la salud mental, un aumento en los hobbys y, como me ha constado, una gran renuncia en el sector de restaurantes. Porque básicamente no nos queremos calar más cosas que nos han hecho daño una y otra vez, sea un trabajo, clientes, o parejas. O bueno, «amigos». Ya vuelvo a eso.

La segunda es más compleja pero, curiosamente, es la más sencilla de responder. De adultos somos mucho más conscientes de nosotros mismos que de niños, de manera que tenemos mayor miedo de que otras personas nos juzguen. También nos cuesta más confiar en los demás, tenemos menos tiempo para dedicarle a otras personas, y cualquier detalle particular que tengamos: enfermedad, introversión, desconfianza o…

…en realidad siempre hemos sido malos amigos.

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Ser mesonero: lo mejor y lo peor que me ha pasado

En noviembre de este año cumpliré cinco años que di el salto desde Caracas hasta Orlando, Florida. Tengo la ventaja de que soy ciudadano estadounidense, pero eso no quería decir que no era un inmigrante de todos modos. Por supuesto que no pensé que conseguiría trabajo como periodista de inmediato –si es que alguna vez– así que había que conseguir cualquier cosa. Después de pasar varias semanas en donde lo mejor que podría conseguir era limpiando mesas con un sueldo bajísimo y con un día libre, y el obligatorio paso por construcción (que duró dos días), el azar me llevó a una posición en la que nunca pensé me encontraría: sirviendo mesas en un restaurant en medio de un centro comercial muy concurrido.

Cinco años después, sigo en ese trabajo, que puedo decir sin lugar a dudas ha sido la mejor y la peor cosa que me ha sucedido en toda mi vida. Una de las razones es que, al entrar en la cultura de la propina de Estados Unidos, me doy cuenta que, aunque muchas veces trabaja en mi beneficio, la simple realidad es que no tiene ningún sentido, coño. A ver si les puedo explicar.

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50 lecciones para 50 años: parte 26 (y última)

Photo by Guillaume de Germain on Unsplash

Y llegamos. El día final. Cinco décadas de vida, resumidas en 26 días y 50 lecciones. Voy a seguir por un par de días más para tratar de llegar a los treinta días seguidos y luego a ver si el hábito de escritura se quedó. Pero qué sabroso ha sido esto. Qué sabroso poder mirar para atrás, ver todas las piedras sobre las que tropecé en el camino, todos los animales –buenos y malos– que me encontré, todas las flores que me paré a oler, y en todas ellas ver las piezas del rompecabezas que eventualmente se convirtió en mí.

Recuerdo pensar en algún momento que un hombre de cincuenta años era un anciano, que era un tipo que debía estar encerrado en una oficina, llegar a casa a diario para complacer a los hijos y familia, y salir los fines de semana. Llego a mis cincuenta aún sintiéndome de treinta (y bueno, según algun@s, pareciendo), riendo como un niño, amando como un hombre, actuando como un adulto cuando es necesario. Es una de las ventajas de Facebook, puedo ver cómo he evolucionado en los últimos años. Por eso es que como más llego es agradecido. Y agradecido estoy con ustedes que llegan conmigo a este punto de mi vida.

Lean toda la serie de las 50 lecciones aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 25

Photo by Steve Shreve on Unsplash

La penúltima entrega de esta serie, que tan gratificante ha sido para mí escribir, llega en un día sumamente importante en mi vida, pues sin él no habría manera que estuviera frente a este teclado: el cumpleaños de mi papá.

A medida que pasan los años veo su cara cada vez más mientras me veo en el espejo: muecas, arrugas, bolsas debajo de los ojos, sonrisas… Siempre me han dicho que heredé su sentido del humor y el «más corazón que razón» de mi mamá, y es muy tarde para negarlo ni que quisiera. Cada paso que he dado en la vida ha sido tratando de imitar uno suyo, empezando por la decisión de siempre estar ahí para su familia así el trabajo nos saque la poca energía que podamos disponer. Tiempo atrás me quejaba de que no había logrado lo que él había hecho a mi edad –tener una familia, casa, carro, viajar– pero acepté que fueron épocas muy distintas.

Hoy celebro que mi viejo llega a sus ochenta años bueno y sano y rodeado de amor de su familia y amigos, que tiene dos nuevos nietos que lo deshidratan de baba cada vez que están cerca, que sabe que sus hijos crecieron y se hicieron hombres de familia, trabajadores, buenos y cariñosos. Decir que muchas de las lecciones que escribo aquí las aprendí de él es como obvio, pero les aseguro que todas se resumen en una: mi papá no solo es un gran padre, es un gran hombre, una gran persona, y uno debe tratar de copiar las acciones de los grandes para llevar una buena vida. Agradezco tanto que lo pueda ver feliz, así sea a la distancia, y no puedo esperar a que pueda abrazarlo otra vez. Feliz cumpleaños, papi.

Pueden ver las otras entradas de esta serie aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 24

Photo by Nick Fewings on Unsplash

Evidentemente he calculado mal cómo llevar esta cuenta, pues asumí que con la parte 25 llegaría a mi cumpleaños, triunfantemente celebrando un año más con una entrada fastuosa. Pero no, resulta que con mi cuenta el número 25 llegará mañana, una fecha especial de por sí, como ya saben los que saben, pero no el plan original. Por suerte, ese plan no estaba escrito en bolígrafo. Así que ya saben, mañana y pasado tendrán una sola lección por día. Más largas, claro; son mis dos más importantes.

Los días pasan y lo que queda es el sabor que dejan. La nueva lección que aprendí esta semana es que al final todo se equilibra: habrán días malos y habrán días buenos, habrán retahílas de días malos e hileras de días buenos, y así. No hay quien determine cuál será un día bueno con anticipación, sólo depende de nosotros.

Me acabo de quedar dormido frente al teclado, así que vamos a hacer esto para que pueda descansar un poquito. Pueden leer las entradas anteriores a la serie aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 23

Photo by Patrick Fore on Unsplash

Ayer en algún momento me puse a pensar qué podría hacer para seguir con el impulso de escribir algo a diario, a ver si finalmente el libro que tanto quiere salir desde mis entrañas lo termina de hacer. ¿Narrar algo a diario, como se suponía era este blog en sus principios? ¿Comentar alguna cosa interesante o extraordinaria con la que me topé ese día? ¿Enfocarme en cuentos cortos para alimentar a este niño?

Si haces algo chiquito todos los días, eventualmente el acumulado se transforma en algo grande. Puede que sea feo, pero existe. Esa es la vida creativa: sentarse a hacer algo a diario hasta que ese «algo» tenga una forma definida, y practicar a diario para apestar menos. Eso es lo más difícil para mí: esa disciplina que se requiere para sentarse todos los días en el mismo sitio, a la misma hora, y no pararse hasta que haya un resultado. Leer sobre las rutinas de los artistas y creativos es simultáneamente inspirador y desesperante, pues les admiras su disciplina pero ves en algunos instantes lo poco que duermen, la falta de amigos, las peleas con la familia…

Claro que no siempre es así, y de hecho ahora se trata de que no sea así. La imagen del artista torturado sólo ha ayudado a perpetuar que está bien el sufrimiento, incluso la inestabilidad mental, para lograr la obra maestra. Y ahora vemos tantos creativos que llevan vidas plenas, por su propia decisión, y tienen una salida artística aunque sea decente. Lo que todos tienen en común es que todos los días, sin excepción, posaron las nachas en la silla, abrieron el cuaderno / prendieron la computadora / prendieron el micrófono / sacaron una hoja en blanco, y se pusieron a trabajar.

¿Qué creen ustedes que debería hacer después del 17? Mientras tanto, pueden leer las entradas anteriores aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 22

Photo by Francisco Moreno on Unsplash

La última semana antes de mi cumpleaños se ha dado a la tarea de poner a prueba incluso mis más queridas lecciones. Ciertamente ha estado cargada de un estrés que no me complace para nada. Y esta vez no puedo culpar a los clientes, sino a la indolencia de un grupo de compañeros de trabajo.

Siempre me ha gustado pensar que tengo una buena ética profesional, sea cual sea el trabajo. Si hay algo que tengo que hacer, lo hago y ya. Si puedo hacer un poquito más por ayudar, lo hago y ya. No puedo entender el nivel de egoísmo al que puede se puede llegar al punto que hace que el negocio corra peor. Ciertamente mi trabajo se vio afectado por estos tarados y no encontraba la forma de evitarlo.

Ya estoy tomando pasos para cambiar esta situación, porque no puedo seguir así. Siento que el único perjudicado seré yo sin que a nadie más le importe (aunque bueno, agradezco cuando mis jefes dicen que saben que yo doy lo que pueda). Que ese sea su bono, chicos: si la situación no está jugando a tu favor, cambia la situación.

Pueden leer las entradas anteriores a esta serie aquí.

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50 lecciones para 50 años: Parte 21

Photo by Austin Schmid on Unsplash

«Ser adulto fue el peor sueño que tuve de niño», leí, palabras más o menos, en algún meme por ahí. De cierta manera es una profunda realidad: cuando niño la única responsabilidad en realidad es el colegio (y aún así, vaya una responsabilidad). Y luego de eso, cada año es una nueva cosa que tenemos que hacer que nos quita tiempo de las cosas que queremos hacer. Es una vida sin duda más relajada.

Eso se une de cierta forma con lo que compartí ayer. No debemos dejar que la nostalgia nos enceguezca ante lo bueno que tenemos hoy, ni siquiera ante lo bonito que haya podido ser ese pasado. Es cierto, vivimos cansados, adoloridos, quisiéramos poder dedicarnos a jugar y a reunirnos con nuestros amigos todos los días. Pero díganme, ¿en serio dejarían atrás la posibilidad de viajar por su cuenta, comprarse lo que quisieran, poder beber… y el sexo?

I didn’t think so.

Pueden leer las entradas anteriores de la serie aquí.

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