
Si están en redes sociales, creo que es imposible que no se hayan enterado que la capital de España está dentro de su nevada más intensa en muchos años. Llamada Filomena, ha causado cuatro muertos, ha obligado a rescatar a más de 15.000 personas y tiene en alerta máxima a cuatro provincias del país. Y no olvidemos que España ha sido uno de los países más fuertemente golpeados por el COVID-19, al punto que acaban de registrar su segundo peor día desde que la pandemia inició.
Pero por otro lado, la nevada ha proveído al país un inusual escape del agobio. En la Gran Vía de Madrid, se desató una batalla campal… de bolas de nieve. Hay un tipo paseando un perro vestido de tiranosaurio. Un hombre en un trineo tirado por perros. Esculturas de nieve un tanto… adultas. Aquí tienen una recopilación, pero cualquier búsqueda en redes muestra a gente gozando la nevada como si fuesen niños.
Yo no tengo que buscar mucho. Tengo primos que viven allá. Amigos muy queridos. (La foto de arriba es de una de ellas.) Es parte del drama del venezolano actual: tenemos nuestra gente en todo el mundo, y las redes sociales son los únicos contactos que tenemos dentro de (parte de) su vida. Y veo las fotos y videos de la gente, y honestamente no siento nada de envidia. Principalmente porque mientras allá el termómetro ya pasó el cero hace rato, y ellos así, abrigaditos, yo con tres capas aún sufro con 10º. Pero honestamente, porque todos merecemos ser felices, así sea por un breve momento, porque hemos trabajado por ello, porque hemos superado situaciones difíciles, y porque lo hemos hecho sin trampas y sin herir a nadie.
Ah pero para algunos eso es muestra de desconsideración. No han faltado la lluvia de críticas a los que están aprovechando la nevada en Madrid. Unos, con justificados nervios, pensando en cuánto podrá propagarse el coronavirus en un país ya bastante golpeado; pero otros reclaman la falta de consideración con el resto del mundo que no puede tener el “lujo” de una nevada. Un tuitero en particular, al que no pienso hacerle difusión (total, ya puso la cuenta privada) incluso dijo que las fotos decían “Tengo más plata que tú así que soy mejor”. Al reclamarle su resentimiento, la respuesta fue: “Ellos pueden montar sus fotos. Yo puedo decir que son unos enchufados, que nunca han visto nieve, que están dándose la buena vida mientras yo estoy aquí pasando trabajo y echándole bola en contra de la dictadura de Maduro”.
Creo que en este caso el resentimiento es evidente. Pero no quiero meter en este mismo saco a todo el mundo que haya criticado las fotos. Total, hay una razón por la que yo pienso mucho cuando subo fotos en los parques a los que tengo la suerte de poder entrar. Sé que a veces el dolor se disfraza de envidia, la frustración de rabia y la nostalgia de soberbia. Cinco millones salimos –o huimos—de un país que dejó de ofrecer posibilidades. Eso deja 25 millones en una especie de prisión sin salida, donde hay que tratar de sobrevivir como mejor se pueda. Con carencias, inseguridades, ineptitud gubernamental y sobre todo mucha, mucha incertidumbre.
Y aún bajo esas condiciones, yo veo gente feliz. Veo gente reuniéndose con seres queridos a los que yo no he visto en más de un año, algunos en más que eso. Veo gente que agradece al Ávila, al que yo cambié por atardeceres. Veo gente alimentando guacamayas, mientras yo debo ver a los cuervos. Y por supuesto todos siguen luchando, quejándose de lo duro que es la vida, pero siguen, siguen adelante. Y en algunos casos, se dan permiso de ser felices. Y yo soy feliz con ellos.
Una cosa es ser ostentoso con lujos, y encima echarlos en cara del mundo, como la hija de cierto personaje malévolo de la política venezolana. Eso es absolutamente abominable y merece toda condenación, en especial cuando sueltan cosas como “Yo sí me compro mi carro bien caro” cuando hace menos de un año andaban en autobús por el centro de Caracas. Pero otra es celebrar los triunfos a pulso. Mi apartamento está lejos de ser lujoso o estar en la mejor zona de Orlando. Pero es MÍO, pago el alquiler sudando cada centavo. Igual el carro, igual el televisor, igual la computadora en la que estoy escribiendo esto. También las pequeñas cosas: una figura coleccionable marca Funko que había buscado con ahínco está aquí acompañándome. Un celular que funciona. Todo conseguido a pulso. Todo sin robar.
La empatía funciona de ambos lados. Uno debe entender cuándo estás causando un mal pero también debes celebrar la alegría de la gente buena. Entender el escape necesario. Entender que uno merece celebrar las cosas buenas que le pasen, que no podemos estar de malas todos los días, que aún en la guerra la gente celebraba al vida. Hasta en los campos de concentración. Hasta por una naranja, según escuché contar una vez. Y creo que este tuit puede cerrar esto mejor de lo que yo lo habría hecho.