
Atendiendo a una familia mexicana, me preguntaron si, ante los acontecimientos que estaban sucediendo en Venezuela, regresaría a mi país. «Pareciera que ahora sí, con el favor de Dios», me dijo el padre. Le comenté, repitiendo sin saber las palabras de Manuel García, que volver por supuesto, que tenía a toda mi familia allá, pero regresar no creía. Era la primera vez que lo decía en voz alta.
Y al día siguiente, una pareja inglesa me hizo la pregunta semi incómoda.
–¿Y es verdad que este nuevo joven está siendo apoyado por Estados Unidos?
–Estados Unidos es uno de 40 países que lo apoyan— respondí.
–Sí, pero me explico: ¿es verdad que todo esto es una artimaña de Estados Unidos?
Se puede discutir que, como inmigrante, uno tiene la responsabilidad de explicarle su país a sus nuevos conciudadanos, o al menos a los que son lo bastante amables para hacer preguntas sobre tu país. Lo malo de esto es que muchas veces te arriesgas a parecer mal educado, cuando tocan días que las preocupaciones diarias son otras, lejos de tu país, o te estás preparando para una discusión con alguien contrario a tu manera de pensar. Es una responsabilidad complicada, en mi opinión, pero es una que me tomo en serio.
Así que le contesté al caballero, cuyo tono de voz me recordaba a Michael Caine, lo que sabía: el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, el pasado 23 de enero, asumió la presidencia temporal del país basándose en el artículo 233 de la Constitución venezolana, trazando el camino más contundente de la oposición en más de veinte años. Nicolás Maduro es ahora considerado no sólo un dictador, sino un usurpador, y se le exige dejar el cargo de presidente para que se forme un gobierno de transición y hayan elecciones libres para tener a un gobierno estable.
Por suerte para mí, el inglés simpatizaba conmigo, y ofreció sus esperanzas que pronto todo se solucionaría. He tenido una suerte mejor de la que muchos alrededor del mundo, en cuanto a encuentro con extranjero se trata. De hecho, 2019 ha visto la resurrección de la más rancia izquierda mundial, incluso en EEUU como esta señora y, para mi gran dolor cinéfilo, este pana, y ni se hable de esta leyenda convertida en carcamán. Y ahora el más reciente candidato demócrata para 2020, Bernie Sanders, se niega a reconocer a Guaidó ni a hacer un llamado a Maduro a renunciar (aunque en su defensa, sí considera que ha sido «muy, muy abusivo»). Ni hablemos de los tradicionales españoles, argentinos, brasileños y afines. Todos se indignan ante lo que pasa y acusan a EEUU de planificar un golpe de estado para derrocar al impoluto Maduro, que todo lo que pasa es culpa del maluco Imperio.
Por supuesto, el gobierno de Donald Trump ha brincado a la oportunidad de ir en contra de Nicolás Maduro. Su vicepresidente, Mike Pence, y el senador republicano de Florida, Marco Rubio, han liderado la batalla verbal, diplomática y política en contra del des-gobierno venezolano. El 18 de febrero pasado, el presidente Trump se reunió con la comunidad venezolana en Miami y dirigió el mensaje más claro hasta ahora a los militares, único sostén actual de Maduro: «(Si) continúan respaldando a Maduro, no van a encontrar puerto seguro, no van a encontrar soluciones fáciles y no van a encontrar salidas (…). Lo perderán todo». Trump incluso invitó al escenario a la madre de Oscar Pérez, el policía que se rebeló abiertamente contra Maduro y fue asesinado por su policía militar.
Estoy sinceramente agradecido al gobierno de Estados Unidos el apoyo que le ha dado a Venezuela en lo que espero, ahora sí, sea el fin de la pesadilla chavista que empezó hace más de 20 años. Y siento una profunda mezcla de asco y miedo sentirme así.
Si usted cree que el mundo se divide en izquierda y derecha, blanco y negro, bueno y malo, usted tiene una visión demasiado simplista del mundo actual. No caiga en el cuento de que si se está en contra de Maduro se es un «pitiyanqui» incondicional. Es como decir que por ser rockero no me gusta la balada, o por ser latino no se puede ser musulmán. Me cuesta muchísimo, en ese aspecto, apoyar a un hombre a quien en esencia veo un Chávez de paltó y corbata. Al igual que el culpable de toda la desgracia venezolana, Trump siempre busca dársela de gracioso, tiene una muy mala relación con la prensa, dice que todo lo hace por el pueblo mientras persigue sus propios intereses, y jamás habla mal de su base, ni siquiera cuando son evdientes neo-nazis. Entonces ahora, como él sí está haciendo algo en contra de Maduro y Barack Obama no hizo nada contundente (algo que aproveché de reclamarle al ex presidente por Twitter), pues Trump es ahora una maravilla. Y no sólo Trump, sino su esposa Melania, cuya presencia en el acto hizo que se tuitearan comentarios que francamente me revolvieron el estómago. Agreguen eso a los comentarios que circulan («Ya pronto veremos el boulevard Donald Trump en Caracas») y bueno.
El latino, porque no puedo decir que es sólo el venezolano, parece obsesionado con el Mesías. Esa única persona que hará que todos los males se vayan, que salvará al país. Es quizá la razón por la que Hugo Chávez fue presisdente. Es la razón por la que no me termina de gustar Leopoldo López. Y lo estoy viendo suceder otra vez con Guaidó, pero mucho más preocupante, lo estoy viendo con Trump. Ya por ahí circula una imagen con Trump vestido de Bolívar con la leyenda «The New Liberator». Hay un video que afirma «Diez pruebas de que Trump es guiado por Dios». Y mi gente, aunque no lo crean, eso es sumamente peligroso. Y agradezco no ser la única persona inteligente quien lo dice.
Estados Unidos no es una blanca paloma de la justicia impoluta, que hace lo que hace por la Verdad, Justicia y El Modo Americano. Obviamente le conviene tener gobiernos aliados en la zona, bien sea para combatir el narcotráfico o para tener mejores tratos para explotar el petróleo (ojo: sólo China recibe más petróleo venezolano que EEUU, así que es mentira que lo que sucede aquí es para controlar el petróleo). Y bueno, Trump ya está mirando a 2020, con una Cámara de Representantes controlada no sólo por los Demócratas, sino por Demócratas que no miden palabras en cuanto a sus intenciones para con él y que no piensan antes de tuitear. Ese acto de la Florida fue para buscar el apoyo de la comunidad venezolana aquí, que ya empieza a hacer peso electoral dado los años que tiene aquí, y Florida ya ha sido crítico para ganar otras elecciones para los Republicanos (no olvidemos Bush vs Gore).
Pero además, poner a EEUU al frente de los esfuerzos para cambiar la situación en Venezuela hace que todo el trabajo que se ha hecho dentro de Venezuela parezca inútil. Por supuesto, han sido más de 20 años, así que no se puede afirmar que no ha habido ningún trabajo. Que Capriles no debió entregar, que si hay que escuchar a María Corina Machado, que si esto que si aquello. Todos buscamos la solución más rápida que nunca llegó ni por las buenas ni por las malas. Que si necesitamos un nuevo Pérez Jiménez, que vengan los Marines de una vez. Nadie dice lo difícil que es tratar de lograr una solución pacífica a una dictadura (que de una vez por todas: sí han habido dictaduras que han salido por votos). Más si ya ni siquiera pueden llamarse dictadores, simplemente capos acusados de narcotráfico.
Cada vez que se le hace loas a Trump la izquierda mundial logra un nuevo mártir. Y la desconfianza en los políticos venezolanos no hará sino crecer, pues perderán el protagonismo ante los Estados Unidos. Y no tengo la experticia suficiente para predecir qué puede pasar después de eso. Pero no creo que sea bueno para la psiquis de un país aplaudir a alguien como Donald Trump, sólo porque se ha convertido en el enemigo de mi enemigo, por encima de gente que ha estado trabajando desde hace veinte años por el país (a pesar, también, de muchos dinosaurios que han entorpecido ese proceso desde adentro). El enemigo de mi enemigo no es mi amigo, siempre; puede que sea mi aliado. Pero mi amigo es alguien en quien confío.
PD: Termino esta entrada el 22 de febrero, día del Venezuela Aid Live, un concierto masivo organizado por el empresario inglés Richard Branson que tomará lugar en la frontera entre Colombia y Venezuela. Es el día anterior al 23, día en que el gobierno encargado indicó que entraría la ayuda humanitaria donada por EEUU y otros países para asistir a los millones de venezolanos que pasan hambre o mueren porque no consiguen medicinas. Claro, dice que sí van a aceptar la de Rusia, que ya llegó, pero ah no, ya va, según Rusia que ellos no han enviado nada. El 23 de febrero promete ser un día de profundas confrontaciones, pues el chavismo se ha negado rotundamente a dejar entrar la ayuda, poniendo barreras tanto físicas como ideológicas, asegurando, en un nuevo nivel de desprecio por la raza humana, que es comida «cancerígena«.
Hemos llegado, sin duda, a un punto crítico, donde el gobierno de Maduro nunca ha estado tan presionado tanto desde afuera como desde adentro. Pero llegamos a este momento donde los radicales de ambos lados han estado hablando de voz en cuello, y a veces siento que estamos más divididos que nunca cuando necesitamos estar más unidos que nunca. El chavismo ha dejado heridas en la sociedad venezolana que tardarán muchísimo en sanar, mucho después que la economía lo haga. Esa es una de las razones por las que no puedo contestar que regresaría: ya no sabría cómo vivir en una sociedad tan agresiva, a pesar de que no tengo tanto tiempo que me fui. Volver, absolutamente, pues tengo mucha gente allá aún que quisiera volver a ver, empezando por supuesto por mi familia; pero, ¿regresar? Aún no.